Comentaba hace algunos días con colegas analistas políticos y periodistas que todos nos sentimos cansados luego de tantos meses de campañas presidenciales, puesto que Morena inició, de manera informal, su proselitismo presidencial en 2021 con las famosas “corcholatas” y los partidos de oposición hicieron lo propio poco tiempo después. Muchos ciudadanos se sienten igual: agotados y hartos de las campañas presidenciales.
¡Por fin, se acabaron las campañas! ¿Y ahora?
Desafortunadamente, durante este sexenio, los medios dedicaron una enorme cantidad de tiempo a discutir sobre chismes y especulaciones de la sucesión presidencial, cuando esas horas se hubieran podido emplear en deliberar sobre temas mucho más importantes y urgentes. De forma similar, colocamos un énfasis exagerado en las palabras que el presidente López Obrador pronunciaba durante las conferencias mañaneras, a pesar de que su propósito principal era, precisamente, desviar el debate público hacia temas triviales.
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Los ciudadanos fueron víctimas de esta decisión de editores, directores y analistas políticos, pues lejos de acceder a noticias, información, análisis y debates sobre asuntos de mayor sustancia, se vieron obligados a leer y escuchar discusiones aburridas y repetitivas sobre la sucesión o sobre las conferencias mañaneras.
Nuevamente, hago un llamado a la autocrítica a la comunidad de los medios de comunicación. Este domingo, por fin terminará el larguísimo período de campañas presidenciales. En este escenario, tendremos que hacernos cargo de las decisiones que tomamos este sexenio y deberemos reflexionar sobre nuestro actuar durante la próxima administración.
La siguiente presidenta no logrará producir el nivel de atención y controversia que genera López Obrador. Ésa es una buena noticia. Sin embargo, la calidad del debate público ha caído tanto durante este sexenio —a manos de la polarización y el excesivo énfasis en la sucesión presidencial y las conferencias mañaneras— que elevar nuevamente el nivel de la discusión es un desafío enorme, que implica una profunda autocrítica de los analistas políticos y periodistas, así como una reevaluación completa de las decisiones editoriales de los medios.
En el nuevo sexenio, ¿volveremos a dedicar nuestra atención a discutir cada dicho de la presidenta (por más absurdo que sea) y a debatir sobre las “corcholatas” y los “tapados”, o nos centraremos en los grandes problemas de México (como inseguridad, salud, desigualdad y pobreza)? ¿Seguiremos cubriendo la política enfocándonos en frases polémicas, en rencillas partidistas y en determinaciones electorales, o pondremos el foco en las decisiones gubernamentales de alto impacto, en las discusiones legislativas con consecuencias reales para los ciudadanos y, sobre todo, en los problemas urgentes de la ciudadanía?
De cara al nuevo sexenio, otras cuestiones fundamentales para los medios de comunicación, los periodistas y los analistas políticos tienen que ver con la imparcialidad y la vocación crítica. La neutralidad y la objetividad totales son imposibles y es válido que los analistas y periodistas tengan simpatías políticas; sin embargo, hay límites éticos y profesionales que deben respetarse.
En el caso del periodismo, un valor fundamental debe ser el respeto a la evidencia empírica y las fuentes. El periodismo se degrada cuando cubre la realidad política a su antojo, sin importar que los datos y la cruda realidad desdigan lo que quiere comunicar.
En el caso del análisis político y las columnas, los sesgos son más válidos que en el periodismo, pero una cosa es mostrar determinada afinidad política e ideológica al escribir o hablar y otra cosa bien distinta es renunciar a toda vocación crítica y convertirse en vocero de un partido o un actor político. Incluso si un columnista, opinador o intelectual decide ser vocero político, lo ético es presentarse así en los espacios mediáticos y no pretender ser un analista independiente.
Los analistas y los intelectuales no pueden renunciar a la crítica. La calidad de sus intervenciones en los debates depende, precisamente, del pensamiento crítico y la capacidad de reflexión. Esto no implica abandonar las afinidades políticas e ideológicas, pero sí exige sostener esas posiciones con congruencia: no se vale impulsar cierta agenda política un día y, a la mañana siguiente, defender lo contrario simplemente porque tu partido favorito le dio la espalda a esa causa. Lo congruente en ese caso sería criticar a tu partido predilecto por traicionar el programa o las propuestas que enarbolaba.
Además, si se critica a los miembros del partido por una cosa (por ejemplo, corrupción o nepotismo), se debe criticar a los políticos de otras fuerzas por lo mismo. Medir con doble rasero es signo de incongruencia o incapacidad crítica.
Así pues, los medios de comunicación, los analistas y los periodistas tenemos una gran responsabilidad después del 2 de junio. No podemos cambiar el pasado: ya permitimos que la calidad de la discusión pública bajara notablemente durante este sexenio. Pero sí podemos ver hacia el futuro: es hora de comprometernos con la ética profesional y la congruencia. Durante el siguiente gobierno tenemos una responsabilidad con los ciudadanos: es hora de elevar el nivel del debate e incrementar la calidad de la cobertura periodística. Sin estos elementos, la deliberación será imposible y, sin deliberación ni discusión pública de alto nivel, la democracia se convierte en mero procedimiento electoral o artilugio retórico.
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Nota del editor: Jacques Coste ( @jacquescoste94 ) es internacionalista, historiador, consultor político y autor del libro Derechos humanos y política en México: La reforma constitucional de 2011 en perspectiva histórica (Instituto Mora y Tirant lo Blanch, 2022). Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.