La gran convocatoria de la “marea rosa” el pasado fin de semana se puede interpretar como la consolidación de un nuevo sujeto político, con capacidad de agencia y movilización, y con una agenda clara: oponerse a la autodenominada “cuarta transformación” y apoyar a los partidos tradicionales (PRI, PAN y PRD).
La marea rosa, el nacimiento de un nuevo sujeto político
La gran diferencia entre esta concentración de la marea rosa y las anteriores es que esta vez el colectivo admitió abiertamente su identidad política opositora, de clase media y favorable a los partidos del Frente Amplio por México. En ocasiones previas, la marea rosa se asumía como un movimiento puramente “ciudadano” y totalmente “independiente” de los partidos. Asimismo, se presentaba como el defensor de las “instituciones democráticas”, como el INE o la Suprema Corte. Ahora, la marea rosa se mostró como lo que siempre fue: un movimiento opositor que simpatiza con los partidos políticos de la transición.
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Recuerdo que, en la primera convocatoria de la marea rosa, en noviembre de 2022, sostuve acaloradas discusiones con varios colegas y amigos que iban a asistir a la marcha: mientras que ellos aseguraban que se trataba de un movimiento “autónomo” y “apartidista” cuya única agenda era la defensa de la democracia, yo argumentaba que era una movilización opositora con fuertes vínculos con los partidos de oposición. Mis interlocutores se ofendían cuando yo catalogaba a la marea rosa de esa manera, pues consideraban que estaba cuestionando su carácter de “ciudadanos independientes” e impolutos.
Hoy, la ofensa o la indignación ya no tienen cabida, pues es claro y explícito el verdadero talante de la marea rosa. Pese a que mantengo una distancia crítica frente a la marea rosa, considero que su definición política es positiva y saludable para la democracia y el debate público en México.
En primer lugar, siempre fue un error estratégico presentarse como un movimiento apartidista y hasta cierto punto apolítico. Su discurso era más o menos así: “Nosotros no pertenecemos a ningún partido ni apoyamos a ningún candidato, sólo queremos defender las instituciones democráticas y el pluralismo”.
Este discurso es heredero de la transición democrática de México. En los años 80 y 90, desde la izquierda y desde la derecha, se difundió la dicotomía del ciudadano independiente, honesto y honrado en contraposición con el político corrupto, ladrón y poco confiable. Así, todo lo ciudadano era sinónimo de pureza y todo lo político era sinónimo de corrupción y vileza. Desde mi punto de vista, este discurso era nocivo para la democracia, pues dificultaba la acción política de distintas colectividades de ciudadanos, quienes no se involucraban en lo público al considerarlo indigno.
Por tanto, es positivo que la marea rosa se asuma como un movimiento plenamente político que simpatiza con ciertos partidos, capaces de impulsar su agenda desde el gobierno o desde la oposición, desde el Congreso o desde los gobiernos locales.
Simpatizar o incluso militar en un partido político no tiene nada de malo; todo lo contrario: nuestros partidos serían mucho mejores si los ciudadanos nos involucráramos más. Los partidos son los canales más efectivos para conectar a las instituciones públicas con las preocupaciones y las necesidades de la ciudadanía y para construir proyectos políticos desde abajo.
Además, es más fácil cohesionar a un grupo amplio y diverso de personas en contra de algo que a favor de una causa. Esto es especialmente importante de cara al siguiente sexenio. Puesto que es sumamente probable que Claudia Sheinbaum gane la elección presidencial, la marea rosa tiene potencial para ser el canal para vincular a los partidos tradicionales con amplios sectores de la ciudadanía que serán escépticos o críticos ante el gobierno de Sheinbaum y que buscarán fortalecer proyectos políticos alternativos.
Durante el sexenio de López Obrador, la oposición fue errática y poco eficiente, en parte porque carecía de una base social clara y bien definida. Con la marea rosa, la base social del Frente Amplio ha quedado mejor dibujada: adultos de clases medias, con alto nivel educativo y, sobre todo, de entornos urbanos.
Sin embargo, quedan algunas interrogantes para la marea rosa. Tras la probable derrota electoral de su candidata, ¿se desanimará y perderá fuerza de movilización o continuará activada para oponerse al nuevo gobierno? ¿Los ciudadanos que la integran lograrán superar su fobia a ser identificados con los partidos? ¿Surgirán liderazgos del propio movimiento o los partidos terminarán por asumir el mando? ¿Será capaz de incluir a sectores más amplios de la sociedad (jóvenes, sectores populares, votantes progresistas) o se conformará con su actual base de adultos de clases medias urbanas?
Pese a que no coincido con la visión procedimental de la democracia de la marea rosa, con su orgullo clasemediero y con su escala de prioridades y valores, me parece positivo y saludable para nuestra democracia que haya nacido un nuevo sujeto político opositor, capaz de disputarle la plaza y el discurso público al oficialismo.
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Nota del editor: Jacques Coste ( @jacquescoste94 ) es internacionalista, historiador, consultor político y autor del libro Derechos humanos y política en México: La reforma constitucional de 2011 en perspectiva histórica (Instituto Mora y Tirant lo Blanch, 2022). Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.