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Elección chilanga, castigo electoral a Sheinbaum

Claudia Sheinbaum dedicó la mitad de su mandato a promover sus aspiraciones presidenciales y no a gobernar la Ciudad de México.
mié 15 mayo 2024 06:08 AM
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Tres años antes de finalizar su gobierno, Claudia Sheinbaum optó por abandonar a los capitalinos, que le habían confiado su voto, para satisfacer sus ambiciones políticas, señala Jacques Coste.

Me ha sorprendido lo poco que se ha hablado durante las campañas sobre la enorme deuda de Claudia Sheinbaum con los capitalinos. Y no hablo de la tragedia de la Línea 12, del deterioro del Metro, de los problemas de agua o del mal desempeño de la economía local durante su gestión. Todas ésas son cuentas pendientes, sin duda, pero me refiero, más bien, a la irresponsabilidad de Sheinbaum al decidir dejar sus obligaciones como jefa de Gobierno en segundo plano y colocar sus esfuerzos prioritarios en su anticipada campaña presidencial, la cual duró, al menos, tres años.

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Dicho de manera simple, Sheinbaum dedicó la mitad de su mandato a promover sus aspiraciones presidenciales y no a gobernar la Ciudad de México.

Habrá quien me diga que es posible hacer las dos cosas al mismo tiempo. A esas personas les respondería que quizá sea factible realizar ambas al mismo tiempo, pero no es viable cumplir a cabalidad con las responsabilidades en los dos frentes. Inevitablemente, se descuida alguno y, en el caso de Sheinbaum, optó por descuidar el gobierno capitalino.

¿Acaso la “corcholata” tenía algo que hacer de gira por Chiapas, Michoacán, Oaxaca y decenas de estados en 2021 o 2022? Supuestamente, la jefa de Gobierno iba a presumir los logros de su gestión y a dar conferencias sobre cómo gobernar un estado. Era una excusa absurda y cínica para intentar cubrir la realidad: a Sheinbaum le importaba más asegurar la candidatura presidencial que encabezar un buen gobierno para los capitalinos.

Esa escala de prioridades fue clara desde el momento en que Sheinbaum decidió encarar los resultados electorales de 2021 —cuando hubo un voto de castigo importante contra su gobierno— no como un incentivo para corregir el rumbo y mejorar, sino como un llamado a dedicar más energías, recursos y esfuerzos a promover su imagen y a estrechar su relación con el presidente López Obrador.

Una decisión harto representativa de las prioridades de la candidata fue el recambio en su gabinete que anunció poco tiempo después de la elección intermedia. El ajuste más recordado es la llegada del ahora jefe de Gobierno, Martí Batres, quien en ese entonces aterrizó en la Secretaría General de Gobierno por sus habilidades de operación electoral, organización política y construcción de redes territoriales.

Sin embargo, resultó aún más representativa la salida de Almudena Ocejo de la Secretaría de Inclusión y Bienestar Social. Ocejo, una gran académica y especialista en desarrollo social, políticas públicas y promotora del sistema nacional de cuidados, fue sustituida, primero, por Carlos Ulloa y, más adelante, por Rigoberto Salgado, antiguo alcalde de Tláhuac. Es decir, Sheinbaum cambió el enfoque de la Secretaría de Bienestar Social, que pasó de estar encabezada por una especialista con una visión de Estado de bienestar a ser liderada por un vil operador electoral, que ve la política social como un instrumento para construir clientelas y ganar votos.

Al mismo tiempo, la jefa de Gobierno gastó millones de pesos en mejorar su imagen, en conseguir entrevistas a modo en medios nacionales e internacionales y en difundir por todos los canales posibles que ella era “la favorita” de López Obrador en la lucha por la candidatura presidencial oficialista.

Mientras eso ocurría, el Metro se deterioraba más y más, los problemas de transporte público continuaban, la cifra de personas desaparecidas en la CDMX aumentaba escandalosamente, la Fiscalía local emprendía una campaña de espionaje político contra opositores y el gobierno se tornaban cada vez más opaco.

Hoy, la elección para renovar la Jefatura de Gobierno luce muy reñida. Es una carrera parejera y no sería descabellado que el panista Santiago Taboada le arrebate el gobierno capitalino a la morenista Clara Brugada. De ser el caso, por primera vez en casi treinta años, la izquierda perdería la Ciudad de México, en buena medida, por responsabilidad de Sheinbaum.

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El hartazgo de un sector amplio de los capitalinos con la gestión de López Obrador, la identidad política de la CDMX como núcleo opositor al gobierno federal, las fracturas internas en Morena y la buena campaña de la oposición son factores muy importantes que explican por qué el dominio morenista de la Ciudad de México se está tambaleando.

Sin embargo, otro factor crucial —quizá, incluso, más que todos los anteriores— es que, desde mediados del sexenio, Sheinbaum decidió abdicar a su posición de liderazgo como jefa de Gobierno en favor de abrazar la posición de “corcholata”.

Tres años antes de finalizar su gobierno, Sheinbaum optó por abandonar a los capitalinos, que le habían confiado su voto, para satisfacer sus ambiciones políticas. Ahora, es probable que la eterna candidata se erija como presidenta y, al mismo tiempo, pierda la ciudad que gobernaba. Menudo premio de consolación para los chilangos, que vivimos tres años sin jefa de Gobierno.

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Nota del editor: Jacques Coste ( @jacquescoste94 ) es internacionalista, historiador, consultor político y autor del libro Derechos humanos y política en México: La reforma constitucional de 2011 en perspectiva histórica (Instituto Mora y Tirant lo Blanch, 2022). Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.

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