Morena no ganó gracias a una “narcoelección”, ni a los “programas sociales de López”, ni a la “elección de Estado”, ni a “las mentiras del presidente”, ni a la “ignorancia de la gente”, ni a la apatía de los ciudadanos, ni al desconocimiento del “valor de la democracia y los contrapesos”. Quizá algunos de estos factores desempeñaron un papel importante, pero el punto crucial por el que Morena arrasó en las elecciones es por la consolidación de una nueva hegemonía política en México.
La nueva hegemonía y la caja de resonancia de la oposición
De la mano del talento político de López Obrador y de la eficiencia operativa de Claudia Sheinbaum, Morena ha logrado: (1) consolidar su dominio político por medio de victorias electorales constantes y consistentes, (2) enmarcar la discusión pública en los términos impuestos por el oficialismo, (3) reducir a la oposición significativamente y orillarla a defender parte de la agenda morenista (por ejemplo, los programas sociales y los salarios mínimos), (4) extender y fortalecer el amplio consenso social en torno al proyecto político de la “cuarta transformación” y (5) construir vínculos sólidos y directos entre gobernantes y gobernados, por medio de la sensación compartida de participar en una “gesta histórica”.
A eso me refiero cuando digo que esta elección representó la consolidación de una nueva hegemonía política. Los partidos y líderes de opinión de la oposición deben plantarle cara a esta realidad. Deben salir de la caja de resonancia donde están encerrados desde hace tiempo, esa caja de resonancia en la que sólo escuchan los argumentos de sus colegas, hacen proyecciones políticas basadas en el deseo y no en la evidencia, se aplauden los unos a los otros por decisiones políticas que sólo ellos avalan pero el resto de los ciudadanos repudia y tildan de ignorante o traidor a todo aquél que no coincida con su visión.
Algunos argumentos de máxima importancia que los analistas y políticos de la oposición aceptaron como verdades evidentes sin someterlas a un proceso de reflexión y deliberación más amplio fueron: una alianza entre PRI, PAN y PRD —rivales históricos— es la única manera de hacerle frente a Morena; la prioridad del grueso de la ciudadanía es defender las instituciones y el sistema de pesos y contrapesos; un método “democrático” (semicerrado) de selección de candidatura presidencial fomentará el voto por la oposición; Xóchitl Gálvez crecerá y la elección se cerrará porque eso pasa naturalmente en las elecciones polarizadas; y la alta participación ciudadan favorece irremediablemente a la oposición.
Los analistas y políticos de la oposición repetían estos dogmas a pie juntillas y se celebraban entre ellos al enunciarlos, pero ninguno de ellos se materializó. Esto debería ser un fuerte llamado a la autocrítica y la reflexión. Necesitamos una mejor oposición para el siguiente sexenio.
Los contundentes resultados electorales le otorgan a Claudia Sheinbaum un mandato para profundizar los cambios iniciados por López Obrador y para aprobar las reformas propuestas por el mandatario hace algunos meses para reconfigurar el Poder Judicial, reestructurar el sistema electoral, dotar al Ejército de mayor poder, entre otras. No sólo eso, el mandato de las urnas fue tan potente que la presidenta Sheinbaum podrá realizar todo tipo de reformas profundas al entramado constitucional, legal e institucional del país.
Ante la inminente posibilidad de cambios políticos y legales profundos, y frente a la nueva hegemonía de Morena, ¿cómo van a reaccionar las oposiciones? ¿Seguirán esgrimiendo discursos sobre la defensa de la democracia que sólo resuenan en un sector minoritario de la población? ¿Continuarán tildando de ignorantes a las personas que apoyan esta nueva hegemonía? ¿Seguirán pensando que todo se debe a las redes clientelares de Morena? ¿Se negarán a reconocer el resquebrajamiento del régimen de la transición y el fracaso de los partidos que lo sostuvieron?
La consolidación de una nueva hegemonía política en el país exige una oposición más inteligente, estratégica y conectada con la realidad. Sobre todo, requiere una oposición que entienda a México, que comprenda los problemas reales de la gente, que sepa escuchar y no solamente pretenda imponer sus relatos y que pueda entrar en auténtico debate con los argumentos del partido hegemónico, y con esto me refiero a discutir sin desacreditar ni simplificar, al tiempo de ofrecer argumentos que compitan con los del oficialismo y que apelen a amplios sectores de la sociedad (no sólo a las élites o las clases medias altas).
Urge que la oposición abandone su caja de resonancia, un proceso que requiere humildad, autocrítica y el abandono de esos viejos y añejos dogmas.
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Nota del editor: Jacques Coste ( @jacquescoste94 ) es internacionalista, historiador, consultor político y autor del libro Derechos humanos y política en México: La reforma constitucional de 2011 en perspectiva histórica (Instituto Mora y Tirant lo Blanch, 2022). Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.