La política mexicana está entrando en una etapa inédita: un expresidente con poder, una presidenta con legitimidad y un país que observa con lupa cada movimiento. Claudia Sheinbaum no ha roto con Andrés Manuel López Obrador, pero cada vez habla con voz más propia. Lo que antes eran silencios de obediencia, hoy son pausas de cálculo. Lo que antes era continuidad absoluta, hoy es transición con sello propio.
#ZonaLibre | Silencios que gritan, ¿el deslinde presidencial?

Los rumores de una supuesta alianza AMLO-Peña Nieto no han sido desmentidos ni por el expresidente ni por el líder de la 4T. Y eso tiene consecuencias. La presidenta Sheinbaum no se está deslindando de Peña, sino de los acuerdos no explícitos que dejó López Obrador. Ella no quiere ser vista como una figura que hereda pactos opacos ni arreglos que contradigan su perfil técnico y su promesa de ética pública.
¿Está marcando distancia?
Sí, y lo está haciendo con finura quirúrgica. Claudia Sheinbaum ha evitado la confrontación directa, pero ya no repite el guion de AMLO. En seguridad, política exterior, gabinete, y hasta en el estilo de comunicación, hay señales claras de autonomía. No hay mañaneras, no hay apodos ni polarización a gritos. La presidenta gobierna sin nostalgia por el carisma de su antecesor.
¿Y los cambios en el gabinete?
Ya se están gestando. Varios perfiles ligados al obradorismo puro podrían ir saliendo paulatinamente. En su lugar, llegarán figuras con credenciales técnicas y autonomía política. Es un reacomodo sin ruptura: Sheinbaum no quiere dinamitar la 4T, pero sí actualizarla y hacerla sostenible a su estilo. Es su manera de decir “gracias por el impulso, ahora yo conduzco el tren”.
El caso Alfonso Romo
La molestia del empresario Alfonso Romo, figura clave del primer sexenio obradorista, refleja el inicio de una nueva relación con el poder económico. Romo fungía como traductor entre AMLO y los empresarios del norte. Hoy, con Sheinbaum, ese lenguaje cambia. No hay cortes abruptos, pero sí un cambio de tono: menos cercanía personal, más institucionalidad. Y eso molesta a quienes estaban acostumbrados a resolver todo en corto.
Trump al acecho
Donald Trump sabe leer fisuras. Por eso, le urge quebrar la relación AMLO-Sheinbaum. Si lo logra, gana margen de maniobra en temas como migración, comercio y seguridad. Trump ve a Claudia como más racional y menos impredecible que AMLO, pero también como menos manipulable. Una presidenta fuerte, autónoma y popular no le conviene. Por eso, el expresidente estadounidense está moviendo fichas para dividir.
¿Y qué tiene que ver Ovidio Guzmán?
Mucho. El juicio de Ovidio en Estados Unidos podría poner en jaque a varios actores del sexenio anterior. Si habla, si colabora con las autoridades, podría exhibir complicidades del narco con el poder político. AMLO quiere cerrar ese capítulo con discreción. Sheinbaum, en cambio, necesita marcar distancia del pasado para no cargar con pasivos ajenos. Cada testimonio de Ovidio es un riesgo político.
Harfuch, el nuevo rostro de la seguridad
En medio de todo, Omar García Harfuch brilla con luz propia. Con un estilo sobrio, operativo y sin estridencias, está ejecutando una estrategia de seguridad que da resultados y da confianza. No viene del círculo cerrado de AMLO, y eso lo hace aún más valioso para Sheinbaum. Él representa la renovación con resultados, no con retórica.
La firmeza importa pero complica
Sheinbaum llega con aprobación alta y legitimidad completa. No necesita vivir bajo la sombra de López Obrador ni justificar decisiones ajenas. Su fortaleza política reside en su claridad y en su capacidad para dialogar sin ceder principios. En este nuevo ciclo, la presidenta no está rompiendo con AMLO… está trascendiéndolo. Y en política, eso vale oro.
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