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#BuróParlamentario | Indulgencia ciudadana

Un poder que entiende que el nivel de apoyo popular es su único límite, tiende inevitablemente a justificar sus decisiones unipersonales influenciadas por caprichos y fobias.
lun 03 junio 2024 06:28 AM
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Claudia Sheinbaum hizo historia. La política, científica y exjefa de Gobierno es la virtual ganadora de la elección del 2 de junio y se convertirá en la primera mujer presidenta de México.

Querida presidenta. Durante los próximos seis años, serás tú quien dirija al gobierno federal y represente al Estado mexicano. Después de este periodo, te despediremos, y solo quedará un balance de tu administración, como el que ahora realizo sobre el presidente saliente, con la esperanza de que tu gestión sea recordada por sus logros tangibles y no solo por sus palabras.

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La aceptación con la que se despide quien será tu antecesor es indudablemente elevada. Casi 8 de cada 10 mexicanos lo consideran un buen gobernante. Algo que no dejó de atraer la atención de medios, analistas, intelectuales y muchos ciudadanos que no coincidían con su agenda fue cómo, a pesar de grandes desaciertos (y los hubo muchos), el apoyo a su gobierno se mantuvo sólido a lo largo del tiempo.

Quisiera comenzar señalando que, durante el sexenio que está por concluir, existió un impulso generalizado por caracterizar a los partidarios de la 4T como aduladores, adoctrinados o mercenarios, cuyo apoyo al gobierno era resultado de su condición de receptores de dádivas sociales. Esta visión siempre me pareció ofensiva y errónea. Ofensiva porque minimizó la capacidad de juicio y agencia de muchos ciudadanos, reduciéndolos a la nada; a seres sin capacidad de juicio ni convicción. Errónea porque, apoyada sobre el discurso predominante de los medios masivos y sus más rancios “analistas” carentes de toda imaginación sociológica, no hizo más que fortalecer estereotipos nocivos que a la larga solo consolidaron la falsa idea de una sociedad dividida entre incondicionales desenfrenados y detractores a ultranza del gobierno saliente.

Pero, si no fue el “fanatismo”, ¿qué fue entonces lo que mantuvo al gobierno con altos niveles de aceptación ante una gestión cuestionada por tantos?

La clave de esta explicación reside en algo que llamaría "indulgencia ciudadana". Esta se basa en una comprensión y aceptación de las dificultades inherentes a gobernar un país con las complejidades de México por parte de una cantidad importante de ciudadanos “olvidados” que no esperaban un gobierno perfecto, sino uno que representara sus aspiraciones y luchara (al menos en el discurso) por mejorar sus condiciones de vida, a pesar de los inevitables errores y fracasos.

Los pilares de nuestra “indulgencia ciudadana” con el Ejecutivo saliente fueron varios. En primer lugar, la habilidad única del presidente para mantenerse políticamente inmaculado, negando cualquier falta, error o acto de corrupción y escondiéndolo detrás de sonrisas, mega-obras inconclusas, versos y jonrones. Aunque éticamente cuestionable, esta estrategia le aseguró una imagen de incorruptibilidad a lo largo de su sexenio.

También estuvo su capacidad para forjar un discurso cimentado en diagnosticar, señalar y reinventar los males de una sociedad que se desmoronaba bajo el peso de la desigualdad. Durante 30 años, AMLO esculpió meticulosamente una imagen de luchador contra los males más abstractos e hidalgos de la nueva época: la mafia del poder, los conservadores, la injusticia, el sistema neoliberal y los consorcios empresariales, etcétera.

Pero lo más importante fue la conformación de un creciente grupo de personas que, hasta la fecha, se percibe como parte del engranaje de un momento histórico; con la firme convicción de poner fin al agravio de un sistema que se configuró desde los años 90 para imponernos una cultura individualista y competitiva que desmanteló lo público en beneficio de unos pocos. Con o sin programas sociales, este grupo siempre estuvo listo para seguir a su líder hasta el final.

Nuestra época, marcada por una persistente empatía hacia los agraviados plantea una oposición abierta al sistema meritocrático donde los empresarios y los exitosos self-made eran el ideal a seguir. Este contexto fue perfecto para que el presidente saliente pudiera sostener su gobierno y definir quién estaba del lado correcto de la historia. Fue un poder que se ejerció durante todo el sexenio en forma de perdones, embajadas, candidaturas y bienvenidas públicas a la 4T.

En este balance del sexenio es necesario admitir que ante nosotros tuvimos a una voz acreditada para verbalizar los dolores de un segmento olvidado de la nación, que hizo resonar un discurso que nadie más había logrado sostener con tal naturalidad. Y es que, aun a pesar de todos los cuestionamientos a su alrededor —corrupción percibida en sus hijos, decisiones inverosímiles y protecciones a enemigos históricos de la izquierda, de la democracia y de México—, su autenticidad nunca se vio comprometida.

Siempre he considerado que los mandatos plebiscitarios-caudillistas y de exaltación “al pueblo”, como el que ahora concluye, son muy cómodos, atractivos y hasta reconfortantes en momentos de crisis como el actual. Pero, por desgracia, nunca son sostenibles en el largo plazo. Un poder que entiende que el nivel de apoyo popular es su único límite, tiende inevitablemente a justificar sus decisiones unipersonales influenciadas por caprichos y fobias.

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Por eso, querida presidenta, el “segundo piso” que tú prometes deberá tener como cimiento hechos concretos y no explicaciones, expiaciones ni coronaciones. Ya vivimos (y sufrimos) un sexenio de discursos, símbolos y promesas matutinas que sirvieron como alfombra para esconder varios muertos bajo ella. El primer resultado palpable de tu gobierno deberá ser la certeza de que ni tú, querida presidenta, ni nadie cercano a ti se beneficiará de los recursos de todos a través de sus cargos.

La responsabilidad ahora recae sobre ti, pues AMLO ayudó a que despertara ese pueblo que espera resultados. La herencia de demandas legitimadas por la administración anterior no deja espacio para evasivas: no olvides que ese bono de simpatía que disfruta tu ahora predecesor comenzará a mostrar signos de desgaste y los ojos de una población empoderada y cada vez más crítica te observarán con altas expectativas.

Es aquí donde la indulgencia ciudadana juega un papel crucial. Durante el último sexenio, los ciudadanos mostramos una tolerancia y comprensión pasmosa hacia los errores y fracasos del gobierno, siempre y cuando se percibiera un esfuerzo genuino por mejorar las condiciones de vida. Este fenómeno de indulgencia fue pasajero y no debe ser malinterpretado como un cheque en blanco, sino como una oportunidad para actuar con transparencia y compromiso.

Querida presidenta, el tiempo de describir y diagnosticar problemas, de visibilizar a los agraviados y de negar la realidad ha quedado atrás. Por deber histórico y por necesidad colectiva, ese segundo piso de la transformación que tú prometes deberá materializarse en acciones concretas, ya que los cimientos de la sociedad no soportarán por mucho tiempo más desigualdades, injusticias y corrupción disfrazadas de otros datos. Aprovecha la indulgencia ciudadana como un apoyo para implementar cambios reales y duraderos, porque la paciencia de la población no es infinita y la demanda por resultados es más urgente que nunca.

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Nota del editor: Sergio A. Barcena es doctor en Ciencia Política por la UNAM. Especialista en Poder Legislativo. Investigador del Tec de Monterrey y director de la asociación Buró Parlamentario. Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

Buró Parlamentario es una asociación civil que busca vigilar al Poder Legislativo promoviendo una ciudadanía informada, activa y participativa.

Twitter: @BuroParlamento

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