Hasta el momento, lo segundo no parece muy factible. Los actores políticos, tanto del oficialismo como de la oposición, están instalados en la guerra fácil de palabras y denostaciones, pero sin mucha propuesta ni visión de un país más exitoso y próspero. Es una guerra de culpar, evadiendo responsabilidad.
El presidente, que atinadamente ofreció cambiar con el pasado tan tormentoso de los últimos años, hizo todo lo que pudo para mantener las cosas iguales que sus dos predecesores. Lo único que cambió es que ahora son más ineficientes, pero igual de autoritarios y abusivos.
Y la oposición creyó que, manteniendo los mismos cuadros corruptos y desprestigiados, así como las mismas formas que los llevaron a perder estrepitosamente en 2018, podrían recuperarse. Le apostaron a pelearse, sin legitimidad, con el presidente más legitimado de la historia reciente.
Y quienes debimos ser contrapesos sociales, como la opinión pública, organizaciones civiles y empresariado, nos dedicamos a actuar con la víscera, basados en fobias personales y, en muchos casos, en la nostalgia de privilegios no necesariamente bien habidos que se esfumaron.
Pero la principal característica de oposición y contrapesos durante los primeros cinco años de este gobierno ha sido la de hacerle el juego al presidente. Dejar que marque cualquier discusión pública y después replicarla hasta el cansancio, en lugar de cambiar la conversación.
Nunca se quiso entender que el presidente es el comunicador más hábil en este juego, y que al seguir las agendas que él impone, le hemos dejado el terreno a su estrategia electoral de mantener sólida su base social de voto.
Si el discurso público lo gana siempre él, y todos lo replicamos como si fueran los temas prioritarios para el país, entonces también las estrategias las va ganando.
El ejemplo perfecto es el proceso de selección de candidaturas presidenciales. Él lo adelantó para mantener control. La oposición, poco hábil, lo replicó. Así, nombraron su candidatura presidencial, en un proceso desaseado y corrompido, imponiendo al personaje más endeble, impulsado por el presidente sin darse cuenta.
Durante cinco años hemos caído en todas y cada una de las trampas comunicacionales que ha tendido el presidente, provocando así que el regreso a la normalidad electoral y democrática sea mucho más lento y accidentado de lo que se requiere para sacar al país de 18 años de pasmo y errores.