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¿En 2024 sí le dejaremos de hacer el juego al presidente?

Los actores políticos, tanto del oficialismo como de oposición, están instalados en la guerra fácil de palabras y denostaciones, pero sin mucha propuesta ni visión de un país más exitoso y próspero.
lun 08 enero 2024 06:02 AM
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La principal característica de oposición y contrapesos durante los primeros cinco años de este gobierno ha sido la de hacerle el juego al presidente. Dejar que marque cualquier discusión pública y después replicarla hasta el cansancio, en lugar de cambiar la conversación, apunta Don Porfirio Salinas.

2024 es probablemente uno de los años electorales de mayor relevancia en la historia reciente de México. Y no solo por la cantidad de cargos a elegir, incluyendo la Presidencia, sino por el entorno e implicaciones políticas que esta contienda tiene.

Esta elección es decisiva. ¿Seguimos con la tendencia de los últimos tres sexenios, acrecentada por el actual, de desinstitucionalización, excesos, autoritarismo y centralización? ¿O comenzamos a regresar a una vida democrática, más equilibrada, más incluyente?

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Hasta el momento, lo segundo no parece muy factible. Los actores políticos, tanto del oficialismo como de la oposición, están instalados en la guerra fácil de palabras y denostaciones, pero sin mucha propuesta ni visión de un país más exitoso y próspero. Es una guerra de culpar, evadiendo responsabilidad.

El presidente, que atinadamente ofreció cambiar con el pasado tan tormentoso de los últimos años, hizo todo lo que pudo para mantener las cosas iguales que sus dos predecesores. Lo único que cambió es que ahora son más ineficientes, pero igual de autoritarios y abusivos.

Y la oposición creyó que, manteniendo los mismos cuadros corruptos y desprestigiados, así como las mismas formas que los llevaron a perder estrepitosamente en 2018, podrían recuperarse. Le apostaron a pelearse, sin legitimidad, con el presidente más legitimado de la historia reciente.

Y quienes debimos ser contrapesos sociales, como la opinión pública, organizaciones civiles y empresariado, nos dedicamos a actuar con la víscera, basados en fobias personales y, en muchos casos, en la nostalgia de privilegios no necesariamente bien habidos que se esfumaron.

Pero la principal característica de oposición y contrapesos durante los primeros cinco años de este gobierno ha sido la de hacerle el juego al presidente. Dejar que marque cualquier discusión pública y después replicarla hasta el cansancio, en lugar de cambiar la conversación.

Nunca se quiso entender que el presidente es el comunicador más hábil en este juego, y que al seguir las agendas que él impone, le hemos dejado el terreno a su estrategia electoral de mantener sólida su base social de voto.

Si el discurso público lo gana siempre él, y todos lo replicamos como si fueran los temas prioritarios para el país, entonces también las estrategias las va ganando.

El ejemplo perfecto es el proceso de selección de candidaturas presidenciales. Él lo adelantó para mantener control. La oposición, poco hábil, lo replicó. Así, nombraron su candidatura presidencial, en un proceso desaseado y corrompido, imponiendo al personaje más endeble, impulsado por el presidente sin darse cuenta.

Durante cinco años hemos caído en todas y cada una de las trampas comunicacionales que ha tendido el presidente, provocando así que el regreso a la normalidad electoral y democrática sea mucho más lento y accidentado de lo que se requiere para sacar al país de 18 años de pasmo y errores.

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El 2023 lo cerramos justamente regalándole al presidente otra victoria más. Hábilmente lanzó el dardo de anunciar una iniciativa de reforma constitucional para “poner orden” en el Poder Judicial, entre o tras cosas impulsando la elección de Ministros de la Corte por voto ciudadano.

¿Y qué pasó? Que todos en la opinión pública y en la oposición se volcaron en criticar la iniciativa, y en sonar las alarmas de la centralización del poder y el retroceso democrático. Mientras tanto, el presidente ganó otra bandera más para fortalecer su “base” y evidenciar a los “conservadores”.

Nadie se puso a meditar el objetivo del presidente. Nadie se puso a pensar que todo fue, una vez más, una maniobra para poner a todos en su terreno comunicacional. Nadie se detuvo a pensar que los números en el Congreso de la Unión hacen imposible una reforma de esta naturaleza.

Lo importante era salir a inmolarse, en lugar de ser más inteligentes que los últimos cinco años. Ya habíamos vivido en los últimos dos años tres situaciones idénticas, en las que caímos exactamente igual: las iniciativas de reforma eléctrica, electoral y de Guardia Nacional.

Las tres iniciativas constitucionales fueron anunciadas por el presidente justo al día siguiente de perder la mayoría calificada en el Congreso en 2021. Las tres iniciativas eran balas plateadas para recuperar fuerza en su base electoral. Y a las tres les hicimos todo el juego público que él buscaba.

Por supuesto, ninguna de las tres iniciativas fue aprobada en el Congreso, porque ya no tenía los votos para hacerlo. Pero en las tres ganó electoralmente y todos los demás nos quedamos con la bilis.

El año pasado lo cerramos exactamente igual. Indignados y refunfuñando por las “intenciones autoritarias” del presidente, pero sin hacer algo inteligente al respecto. Y peor aún, la oposición le regaló el nombramiento más anticlimático de la nueva Ministra de la Corte.

En lugar de agarrar la pelea, y señalarlo de antidemócrata por el nombramiento, debimos asumir que el error fue de nosotros por haber diseñado un proceso de nombramiento que le da al presidente la última palabra, en éste y en muchos otros nombramientos.

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Claro, el proceso fue hecho así porque convenía a los presidentes en turno. Y en su momento se permitió porque había mayor cercanía de contrapesos y poder. En esta ocasión se debió opta por el mal menor, en lugar de llegar al extremo de darle el regalo de nombrar al mal peor.

Si en 2024 no entendemos que la oposición que tenemos está desprestigiada, que sus liderazgos son los más antitéticos de lo que necesita la realidad actual, y que los contrapesos le hemos hecho todo el juego al presidente durante cinco años, entonces no nos sorprendamos de los resultados electorales.

Si, en cambio, realmente queremos empezar a corregir el rumbo del país. Si queremos que estos 18 años seguidos de desinstitucionalización y desdibujamiento democrático empiecen a terminar, entonces entendamos que hemos sido cómplices del juego presidencial y cambiemos de estrategia.

La carrera presidencial, por los errores cometidos de origen, difícilmente cambiará de ruta. Pero el Congreso sigue siendo terreno de juego, y el más importante. La oposición se ha equivocado en el diseño de coalición, pero aún puede dar la batalla. Depende de que dejemos todos de hacerle el juego al presidente. ¿Podremos; querremos?

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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