Sin embargo, la discusión sobre la veracidad y pertinencia de las encuestas se ha vuelo más presente ante las elecciones locales de Estado de México este verano, Coahuila y Durango el año previo, y las intermedias de 2021.
El consenso entre la llamada opinión pública y el universo de los llamados analistas políticos, salvo contadas excepciones, parece ser que las encuestas están quedando mucho a deber, y que no parecen ser ya instrumentos confiables.
Y todo esto deriva de que, en muchos casos, las encuestas están contando una historia distinta a la que muchos tratan de contar; y que, también, en muchos casos las encuestas públicas distan de la realidad plasmada los días de la elección.
Este problema se ha vuelto más y más común desde que los partidos empezaron a usar las encuestas para mercadotecnia electoral, particularmente a partir de que PRI y PAN en la década de los 2010 hicieron costumbre contratar encuestas a modo para “generar percepción” en el electorado.
Esta situación se profundizó en la medida que muchos medios de comunicación entraron en el juego, ante su dependencia de los recursos públicos, para cobrar más a aquellos actores políticos que buscaban tener mayor visibilidad; o a los gobiernos en turno que los contrataban.
Morena, en su origen, escapó de esta tendencia. Sin embargo, una vez en el poder han recurrido a muchas de las mismas prácticas electoreras que tanto desprestigiaron al PRI y al PAN.
Todo este contexto fue deslegitimando al gremio encuestador, más aún ante la incursión de un sinfín de “casas encuestadoras” creadas por exfuncionarios, o supuestos estrategas, para vender más caros sus servicios a muchos personajes ingenuos que buscaban candidaturas.
El desprestigio en el que cayeron las encuestas ha generado en la actualidad una percepción equivocada de que, o no sirven para leer la realidad, o simplemente todas son hechas a modo, afectando así la credibilidad de cualquier ejercicio demoscópico.
Sin embargo, es injusto pensar que solo porque una encuesta no dice lo que uno cree que es la realidad, o porque algunas no le “atinan” a los resultados, toda encuesta es inválida.
Parte del problema con las encuestas es que quienes las leen o las usan no saben entenderlas ni interpretarlas. Creen que sirven para reafirmar preconcepciones, o solamente se enfocan en preguntas muy básicas que no reflejan todo el panorama.
Es muy común que, por razones mediáticas, las encuestas que se publican y los supuestos análisis sobre ellas, se enfoquen únicamente en niveles de conocimiento de los personajes medidos, y que además eso se confunda o se extrapole a niveles de popularidad e intención de voto.