Sin olvidar la creación de la Fuerza Civil, que se hizo referente nacional de seguridad, creada para hacer frente a la desastrosa estrategia de Calderón que sumió al país en la violencia que aún vivimos.
En materia electoral, Nuevo León ha sido una antesala de conductas que después se ven a nivel nacional. Desde mediados de los 90, están acostumbrados al voto diferenciado: un partido para gubernatura, otro en las alcaldías, otros en el Congreso, para tener equilibrios.
Han practicado la alternancia de partidos, también desde los 90. Después de décadas del PRI, como todo el país, vivieron un gobierno panista, después regresaron al PRI para posteriormente elegir al primer y único gobernador independiente, y ahora escogieron a Movimiento Ciudadano.
Con todo este contexto, ¿en qué momento se perdió Nuevo León al grado de estar en la penosa, y peligrosa, situación en la que hoy se encuentra? ¿Qué pasó en la política y, sobre todo, en la sociedad y el empresariado ejemplar, que llegaron al punto actual?
Políticamente, es claro que la transición entre el rancio Natividad González Parás y el impresentable Rodrigo Medina fue el parteaguas de la crisis política del estado. El primero, sintiéndose cacique; y el segundo, robando hasta lo que no había y dinamitando a cualquier grupo que lo cuestionara.
Medina fue de esa camada deleznable de jóvenes priistas como Javier Duarte y Roberto Borge, varios respaldados por el maquiavélico Emilio Gamboa para salvaguardar intereses financieros; y enaltecidos por el fallido Peña Nieto por compartir esos mismos intereses.
En la era medinista, los priistas de cepa, aquellos que realmente tenían vocación de servicio y oficio político, con trayectorias nacionales como Ildefonso Guajardo, Javier Treviño o Cristina Díaz, poco a poco fueron marginados. Para dar paso a advenedizos como Francisco Cienfuegos o Adrián Garza.