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Épica, superioridad moral y el Plan B

El famoso Plan B de López Obrador para destazar al INE ha exacerbado estos deleznables rasgos de nuestra discusión pública.
jue 09 marzo 2023 06:00 AM
El Plan B de la reforma electoral obligará a una reestructura del INE.
El Plan B merma las capacidades operativas del INE y pone en entredicho la viabilidad del árbitro electoral para cumplir a cabalidad sus funciones de organizar y vigilar las elecciones, apunta Jacques Coste.

Vivimos una época triste para el debate público nacional. La polarización ha mermado la capacidad de diálogo, la voluntad de escucha mutua, el afán de deliberación, la intención de reflexionar profundamente para construir argumentos complejos y luego discutirlos y someterlos al escrutinio público.

Para colmo, un sentimiento de heroísmo, épica y superioridad moral empapa las posiciones de tirios y troyanos en la discusión pública: unos se asumen como protagonistas de una “transformación”, una gesta histórica para derrocar al antiguo régimen; otros se definen como el último bastión de defensa de la democracia mexicana.

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El famoso Plan B de López Obrador para destazar al INE ha exacerbado estos deleznables rasgos de nuestra discusión pública.

Para los impulsores de la reforma electoral obradorista, quien defiende al INE lo hace por motivos aviesos: ya porque quiere conservar sus privilegios, ya porque desea preservar un régimen corrupto, abusivo y excluyente de democracia simulada. Para ellos, es inconcebible que un ciudadano quiera proteger a la institución que salvaguarda su derecho al voto y la existencia de elecciones razonablemente libres y justas en México.

Para los defensores del INE, los promotores del Plan B son los siniestros destructores de la democracia mexicana. Tan solo apoyan al presidente porque están acostumbrados a seguir ciegamente los designios de su pastor, o bien porque quieren demoler la democracia para construir en su lugar un régimen autoritario.

Por más que odien admitirlo, los dos extremos se tocan, pues para ambos es imposible posicionarse en medio o al margen de este debate. Todos parecen suscribir aquella célebre frase presidencial: “Es tiempo de definiciones”. Para unos: o estás con la democracia o estás con el autoritarismo. Para otros: estás con la transformación o apoyas a la mafia del poder.

Lo digo abiertamente. El Plan B no me gusta en lo absoluto: merma las capacidades operativas del INE y pone en entredicho la viabilidad del árbitro electoral para cumplir a cabalidad sus funciones de organizar y vigilar las elecciones, al tiempo de contar los votos y dirimir las controversias entre las distintas fuerzas políticas. También creo que siembra las condiciones para que Morena alegue fraude en el remoto caso de que pierda las elecciones de 2024.

Sin embargo, no me siento cómodo con la épica y la superioridad moral que cruza las posiciones en el debate respecto al Plan B.

Para el obradorismo más duro: si manifiestas tu preocupación por el Plan B, estás defendiendo los privilegios de Lorenzo Córdova, Ciro Murayama y toda su “casta dorada”. Para la mayoría de opositores al presidente, si no pataleas por la destrucción de la democracia, eres un tibio. Si no gritas “yo defiendo al INE” a los cuatro vientos, tu vocación democrática está en duda.

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En palabras de Macario Schettino, estás “extraviado” si te atreves a cuestionar a las fuerzas políticas de oposición que se han colgado de la defensa del INE. Para Leonardo Curzio y Pablo Majluf, eres de “Corea del Centro” si no asististe a la concentración en el Zócalo para exigir a la Suprema Corte que frene el Plan B.

Hoy le respondo a esa oposición. Se preguntan azorados por qué muchos jóvenes no acudimos a la concentración en defensa del INE. Nos señalan como cobardes, timoratos o simplemente faltos de comprensión de la urgencia que exige la situación política de hoy.

Hablo a título personal, aunque sospecho que muchas y muchos otros se sienten igual. Yo no me siento cómodo marchando con esa oposición estridente, que no admite cuestionamientos, que piensa que es un pecado criticar a las fuerzas políticas de oposición y que nos llama ingenuos a quienes exigimos alternativas de futuro para nuestro país, más allá de un regreso al régimen de la transición.

No marcho porque si el INE es sinónimo de la democracia mexicana, entonces ahí está la muestra perfecta de la pequeñez de la transición democrática de México. No marcharía para defender una democracia que se reduce a una simple institución.

La transición democrática de México instauró un régimen con un sistema electoral sólido y razonablemente justo, mayor libertad de expresión, apertura al escrutinio público y la transparencia, un andamiaje jurídico (disfuncional) para salvaguardar las libertades individuales y un pluralismo político no demasiado heterogéneo. Nada más, pero nada menos.

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No me siento cómodo marchando para defender estos magros resultados.

Me preocupan las pulsiones autoritarias del obradorismo y su ausencia de vocación pluralista y deliberativa, pero también me preocupa sentirme huérfano en términos políticos, porque ningún partido o candidato parece tener estatura intelectual, visión de futuro o proyecto de nación.

No encuentro voluntad de construir en ninguna parte. De un lado, está la intención de destruir parte del andamiaje erigido durante la transición sin levantar nada que valga la pena en su lugar. Del otro lado, se observa el deseo de preservar el edificio de la transición intacto, sin afán de corregir los aspectos negativos, potenciar los positivos y atender las áreas ignoradas o abandonadas.

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Nota del editor: Jacques Coste (Twitter: @jacquescoste94) es historiador y autor del libro ‘Derechos humanos y política en México: La reforma constitucional de 2011 en perspectiva histórica’, que se publicó en enero de 2022, bajo el sello editorial del Instituto Mora y Tirant Lo Blanch. También realiza actividades de consultoría en materia de análisis político. Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

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