Ni una ni otra visión es correcta. Lo que hace que el debate sea estéril y sirva los propósitos del presidente, que es quien mejor sabe comunicar, aunque su propósito no sea el de un interés genuino por las instituciones.
Los ataques comunicacionales hacia las instituciones y, en situaciones extremas como la actual, intentos reales por debilitarlas, se basan en su noción de que fueron hechas a modo en un pasado insensible a la sociedad y sus necesidades. Y que no sirven al país sino a intereses.
Ante estos ataques, la respuesta de oposición, y de críticos principalmente, ha sido la de desgarrarse las vestiduras y señalar que nunca antes habíamos vivido una situación así.
Más allá de que estos planteamientos son absolutamente infundados, no se ha generado una narrativa que haga evidente a la gente que muchas instituciones sí han servido al país, y con ello a los intereses y necesidades de la sociedad.
Hoy falta un análisis crítico serio sobre lo que ha sucedido con las instituciones. De otra manera, no habrá capacidad narrativa para contrarrestar las habilidades comunicacionales del presidente.
La realidad es sencilla. El actual presidente no es el primero en atacar a las instituciones y tratar de debilitarlas. Esa realidad la venimos viendo los últimos 20 años. De manera más clara, durante los sexenios calderonista y peñista, y por supuesto más durante el actual.
Se debe primero reconocer que la situación no es nueva. Y que también se hizo mucho daño antes de que llegara este presidente. El daño fue visible en instituciones electorales, en instituciones del Poder Judicial, y en la propia administración pública federal.
Una vez reconocido que no es algo nuevo, se debe evidenciar que el actual presidente denuesta muchas de esas instituciones, y que los presidentes anteriores trataron de cooptarlas, justamente porque han sido instituciones sólidas que han contribuido mucho a mejorar el país.