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López Obrador no es todopoderoso

AMLO es el presidente más poderoso de las últimas décadas, pero está sujeto a más trabas para ejercer su poder que los mandatarios posrevolucionarios.
mié 22 febrero 2023 06:00 AM
lópez obrador
Si seguimos pensando que la voluntad omnipotente de López Obrador es el único factor que definirá la sucesión presidencial, entonces seremos incapaces de observar los matices dentro del proceso, apunta Jacques Coste.

En los medios de comunicación nacionales le otorgamos al presidente López Obrador un poder total y omnipotente que en realidad no tiene. Nos creemos su dicho de “no hay nada que escape a los ojos del presidente de la República” y pensamos que, en efecto, toma todas las decisiones dentro de Morena, tras lo cual la totalidad de los miembros de la coalición gobernante se alinean a sus designios.

En realidad, el obradorismo está compuesto por una amplia cantidad de actores, con ambiciones, intereses y agendas diferentes, y dentro del movimiento coexisten diversas ideologías y distintos perfiles. Encima de todo, hay que tomar en cuenta el factor regional: México es un país inmenso con élites políticas y económicas locales fuertes y sentimientos regionalistas potentes.

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Por tanto, sería imposible que un presidente –por poderoso que fuera– controlara a un movimiento tan amplio y diverso. Indudablemente, hay cosas que se le escapan a López Obrador, ya sea porque no están en su agenda de prioridades, porque otros actores políticos lo convencen, manipulan o engañan para tomar ciertas decisiones, o simplemente porque no hay poder humano capaz de controlar férreamente a una coalición tan amplia de actores e intereses.

No me malinterpreten: pienso que no ha habido un presidente mexicano tan poderoso como López Obrador desde Carlos Salinas de Gortari, pero ni siquiera en el viejo PRI el presidente de la República ejercía un dominio tan intenso de la política nacional y del partido en el poder como nos hacen creer los mitos populares.

En el régimen posrevolucionario de partido hegemónico, el presidente era el mandamás indiscutible de la política nacional y las decisiones más importantes del partido y del gobierno federal pasaban por su escritorio. Con todo, su poder era inmenso pero limitado.

Había poderes –políticos y económicos– regionales que acotaban su margen de maniobra. Además, debía dar concesiones a ciertos actores –como la Iglesia, el Ejército, grupos empresariales o liderazgos caciquiles–para evitar conflictos, incluso si esto implicaba sacrificar puntos de su agenda política. Estados Unidos era otro factor fundamental para imponer límites y determinar los alcances del poder presidencial en México.

Incluso, el propio PRI poseía vida propia y dinámicas internas que el presidente tenía capacidad de contener y orientar, pero no necesariamente de frenar, controlar o revertir.

A todo esto, hay que sumar el factor coyuntural de la política. Por más que un actor político deseé tomar cierto rumbo o ejecutar determinada decisión, en ocasiones el carácter circunstancial de la política lo impide. Esto se vio claramente en algunos procesos de sucesión presidencial, en los que el mandatario en turno tenía un “tapado” predilecto, pero al final se inclinaba por otro personaje debido a que las circunstancias lo orillaban a ello.

Si los presidentes priistas, con su inmenso poder, estaban sujetos a todas estas trabas, López Obrador lo está aún más. Es un mito que Morena es el “nuevo PRI”. Es cierto que el presidente es mucho más poderoso que sus antecesores, que su educación política corrió a cargo del viejo PRI y que siente afinidad con el nacionalismo revolucionario, pero eso es muy distinto a que haya reinstalado el régimen autoritario de partido hegemónico en México.

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En síntesis, López Obrador es el presidente más poderoso de las últimas décadas, pero está sujeto a más trabas para ejercer su poder que los mandatarios posrevolucionarios, tanto en la política nacional como en el interior de su partido.

Esto se ve reflejado en la selección de los candidatos de la coalición oficialista a distintos puestos de elección popular. Muchas veces, quienes estamos fuera de Morena pensamos que el proceso de selección es sencillo: el presidente quiere a un candidato, lo señala con su dedo todopoderoso y enseguida obtiene la postulación del partido.

Sin duda, la preferencia del presidente por tal o cual aspirante es un factor fundamental para definir si termina con la candidatura, pero también cuentan otras variables: su desempeño en las encuestas internas (que, contrario a lo que la gente piensa, en efecto se realizan, aunque no siempre sean justas o rigurosas), su arrastre regional en diversos territorios de los estados, el apoyo de determinados grupos políticos, las negociaciones con los poderes regionales, la viabilidad de los aspirantes e incluso el apoyo de la dirigencia nacional y otros personajes influyentes del partido y el gobierno. Al respecto, cabe resaltar que Mario Delgado incide en las decisiones de las candidaturas de una manera mucho más decisiva de lo que se piensa.

Si seguimos pensando que la voluntad omnipotente de López Obrador es el único factor que definirá la sucesión presidencial, entonces seremos incapaces de observar los matices dentro del proceso, por ejemplo, qué grupos políticos salen favorecidos con la decisión, qué concesiones se hacen a otros grupos o qué poderes regionales y económicos salen ganando.

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Nota del editor: Jacques Coste (Twitter: @jacquescoste94) es historiador y autor del libro ‘Derechos humanos y política en México: La reforma constitucional de 2011 en perspectiva histórica’, que se publicó en enero de 2022, bajo el sello editorial del Instituto Mora y Tirant Lo Blanch. También realiza actividades de consultoría en materia de análisis político. Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

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