Por casi dos décadas los gobiernos esperaban con temor el golpe que les propinaba la Auditoría Superior de la Federación (ASF) cuando daba a conocer las irregularidades. No se salvaban de docenas de notas en su contra e incluso, de comparecencias sobre el tema.
Bueno, pues este año fue distinto. Quien terminó compareciendo ante el Senado de la República y en el ojo del huracán fue el auditor.
Para lograr esta “hazaña” política y vernos la cara la 4T utilizó dos estrategias de manipulación estratégica:
Primero, una fina selección del tema de discusión. López Obrador centró su mañanera en visibilizar una sola “auditoría de desempeño” (sobre el aeropuerto) y no los cientos de “auditorías de cumplimiento” que presentó la ASF.
Esto fue crítico porque las “auditorías de desempeño” rara vez reportan irregularidades en el gasto público. En su mayoría son simples estudios que muestran si las decisiones de gobierno fueron eficientes. De hecho, la gran mayoría de los escándalos de corrupción se encuentran en las “auditorías de cumplimiento”. Es en éstas donde de reportaron, por ejemplo, los desvíos de la Estafa Maestra, Javier Duarte y muchos otros más escándalos de corrupción graves.
Más aún, la 4T logró centrar la discusión en la única auditoría de desempeño que contaba con un error garrafalmente claro: la que evaluaba la cancelación del aeropuerto de Texcoco. Normalmente, estos errores se identifican en privado cuando la ASF notifica a las instituciones auditadas, y éstas responden. Sin embargo, este caso era perfecto para la 4T porque no se habían hecho las notificaciones. No se había corregido el error.