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¿Marchar es lo único que se nos ocurre?

Marchar está bien para hacer ruido un día. Para visibilizar agendas y problemáticas. Pero no sirve de mucho para cambiar realidades, escribe Don Porfirio Salinas.
mar 18 noviembre 2025 06:05 AM
Protest against insecurity and corruption in country, in Mexico City
Es momento de decidir si queremos cambiar realmente este rumbo, o si seguimos marchando un día cada que haya alguna crisis para descansar los otros 364, opina. (Foto: Luis Cortes/Reuters)

Este sábado fue la llamada marcha de la Generación Z. Curioso que así se le llamara pues no es un grupo particularmente participativo; y se vio en la concurrencia, mayoritariamente de generaciones mayores. Quienes de alguna u otra manera están más acostumbrados a marchar.

La marcha era motivada, aparentemente, por el asesinato del Alcalde de Uruapan. Sin embargo, se trató más de una mezcla de agendas, como la pacificación, el abasto de medicinas o la democracia. Aunque el hilo común real era manifestarse contra el actual gobierno federal y su grupo.

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No es la primera marcha, ni tampoco parece que vaya a ser la más memorable. Sin considerar marchas icónicas como las de 1968, desde principios de los 2000 hemos tenido una serie de marchas “ciudadanas”, pero no queda claro qué tanto han incidido en las causas que dijeron abanderar.

Particularmente, en 2005 desde el gobierno foxista empezaron las marchas por la seguridad. Cada sexenio, desde entonces, ha habido alguna marcha por este motivo. Razones no faltan; desde entonces el deterioro de la seguridad y el recrudecimiento de la violencia son más que visibles.

En principio, la de este sábado sería otra marcha más relacionada con la seguridad, aunque se hayan mezclado muchas agendas. Pero, ¿qué podría ser diferente de esta marcha con todas las anteriores? ¿Qué se hizo distinto para asegurar un mayor impacto?

Y más importante aún: ¿qué se ha logrado realmente con todas estas marchas? ¿Qué resultados o cambios concretos podrían verse derivado de ellas?

No mucho, porque nunca ha habido capacidad o interés de organizarse para algo más. Siempre ganaron los ánimos de protagonismo. Fue muy evidente con la división de todos los diferentes grupos que participaron en aquella primera Marcha del Silencio en abril de 2005.

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Se dice mucho que este tipo de marchas son demostraciones de organización e involucramiento ciudadano. Que son una muestra clara de una sociedad harta, dispuesta a actuar.

Pero la participación ciudadana va mucho más allá de salir un día a marchar. Cuando busca ser real y efectiva, la participación implica mucho más compromiso, mucho más involucramiento, mucha más estrategia, y hacerlo de manera constante.

En México, la gran mayoría de marchas de esta naturaleza son más similares a esas campañas de levantamiento de firmas virtuales. Sirven solo de caja de eco, pero no tienen un objetivo claro. Sirven para hacer sentir que ya se actuó, y que se puede dormir tranquilo los otros 364 días del año. Es trasladar la responsabilidad ciudadana a alguien mas.

Ante la degradación de nuestro sistema político y democrático, que viene de mucho antes que 2018, en México es imperante que se desarrollen proyectos y propuestas que realmente hagan ver a la ciudadanía el peligro de no involucrarnos para cambiar el rumbo.

México necesita, de manera urgente, proyectos de construcción de ciudadanía activa. Que generen consciencia de que la situación que vivimos desde hace al menos 18 años es resultado de nuestra apatía.

Proyectos que nos abran los ojos a la realidad social del país. A entender que existen más personas que las de nuestros círculos cercanos. Que aborden la división social que nos ha caracterizado históricamente. Que nos muestren cómo se puede participar juntos por mejorar al país.

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No se ve entre los círculos que organizan estas marchas un esfuerzo real en este sentido. Que tomen como ejemplo casos exitosos de otras latitudes, que sí cambiaron realidades. Como lo fue el movimiento de la Séptima Papeleta en Colombia, una de las épocas más crudas de su historia.

Se ven, en cambio, ánimos de desahogo, o de politización, o de protagonismos personales, más que de preocupación real por actuar para incidir.

Quienes suelen marchar en el tipo de convocatorias como la de este sábado, son de un entorno socioeconómico que tiene muchas más posibilidades y recursos para hacer acciones reales. Una clase media que, en muchos países, asume esa responsabilidad de contribuir.

Y una clase empresarial que en muchos lugares ha entendido que su papel no es solo de agente económico, sino también agente de cambio.

En México, ambos grupos dejamos mucho que desear. La clase media es más individualista. La clase empresarial, mayoritariamente, le apuesta a proyectos que les benefician fiscalmente o que se puedan mercadear para mejorar su imagen pública.

Esto no significa que no haya ejemplos positivos en nuestro país. Monterrey tiene experiencias probadas como el Consejo Cívico de Instituciones (CCINLAC). En Ciudad Juárez hubo grandes proyectos en los 2000. En CDMX está el ejemplo de la organización La Voz de Polanco.

Sin embargo, son ejemplos muy puntuales y focalizados. Hace falta mucho más en un país con las complejidades y los problemas estructurales que venimos arrastrando, y que cada vez más se están profundizando.

Marchar está bien para hacer ruido un día. Para visibilizar agendas y problemáticas. Pero no sirve de mucho para cambiar realidades. Para eso, se requiere de una estrategia programática, y eso implica una sociedad informada con un compromiso real, más allá de la politización de los temas.

La desinstitucionalización y el deterioro democrático que estamos viviendo en México los últimos 20 años está llegando a niveles insostenibles. Es momento de decidir si queremos cambiar realmente este rumbo, o si seguimos marchando un día cada que haya alguna crisis para descansar los otros 364.

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