Tal vez lo único que los llega a distinguir es que un lado es triunfalista y el otro es, digamos, más amargado. Pero los dos son igual de viscerales. Hay una preocupante superficialidad de análisis en la gran mayoría de opinadores. Y un creciente exceso de lugares comunes.
Parte del problema es que hoy los analistas políticos son, en su mayoría, o comunicadores que se auto erigieron como expertos en política sin la menor experiencia; o intelectuales y columnistas que se quedaron en un pasado que ni fue como lo recuerdan, ni es lo que hoy busca la sociedad.
Este es un problema añejo que nada tiene que ver con la llegada de AMLO y la 4T al poder. Tiene que ver con un sistema que ya venía viciado de mucho tiempo antes. Intereses creados que fueron desvirtuando la opinión pública y debilitando la capacidad de análisis serios.
Todo se reduce a que la culpa de nuestros problemas es, o del gobierno actual o de los gobiernos anteriores, según la pluma. Absolutismo puro y duro.
Ambos bandos están atrapados en sus cajas de eco. Son muy pocos quienes logran trascender sus propios prejuicios y preconcepciones, quienes se preocupan por entender el origen de los problemas, del país y propios, y buscar alternativas para corregir el camino.
Esta situación no ayuda en nada a la salud del sistema democrático, que tanto dicen defender los críticos, y mucho menos a empezar a cambiar ambiente de polarización que tanto alimentan tanto oficialistas como críticos por igual.
Más allá de la obvia responsabilidad que lleva quien detenta el poder de evitar el ánimo de confrontación, es obligación de todos no profundizarla. Un primer paso es mediante análisis objetivos y serios, que ayuden a entender la realidad política y social actual.
La mejor manera de entender la política es vivirla desde dentro. Es experimentar las dinámicas partidistas de primera mano. Es vivir los procesos electorales. Es escuchar directamente a los votantes, a la sociedad.
Por supuesto que la vida política no es para todos. Se requiere de cierta personalidad, de paciencia, de tolerancia a la frustración, de piel muy gruesa, de gran convicción de servicio y, sobre todo, de mucho estómago.
Pero también se puede entender la política estando cerca de quienes diario la hacen, y sobre todo cerca de sus actividades. Entenderlos a fondo, escuchar lo que viven a diario. Pero es fundamental que esto se haga con políticos de nivel y “colmillo”, no de coyuntura o conveniencia.
La política no se entiende desde los libros de teoría, no es siendo politólogo de escritorio, no es simplemente conociendo políticos, no es desde el periodismo de los foros televisivos o de radio, no es por estar bien “conectados” como se consigue comprender la política.
Hay que involucrarse más. Hay que acompañar campañas electorales, por ejemplo. Hay que acudir a actividades partidistas, desde su proceso de organización.
Y hay algo fundamental que olvidan quienes hoy pretenden hacer análisis político. La política no solo se entiende desde adentro. Para entender la política, es indispensable tener sensibilidad sociológica. Conocer y entender a la sociedad.
Pero no desde las cajas de eco. Hay que salir a las calles, a los barrios, a los pueblos, a las plazas. Hay que escuchar a la gente, sus frustraciones y aspiraciones, sus problemas, sus necesidades diarias. Saber lo que piensan. De todo tipo de grupos sociales, de todos los segmentos de votantes.
Alguien bueno para hacer política solo lo es en la medida que conoce y entiende a la sociedad. En la medida que es capaz de identificar su sentir y traducirlo en narrativa, primero, después en agendas a abanderar y, particularmente, en resultados desde su ámbito de acción.
Lo mismo aplica para ser buen analista. Los analistas actuales se olvidaron de la sociedad. De otra manera, nunca habrían impulsado y respaldado una alianza antinatura entre PRI y PAN, y mucho menos hubieran caído en la trampa obradorista de ver en Xóchitl a una candidata viable.
De haber tenido sensibilidad política y social, y de no haberse encerrado en sus cajas de eco, hubieran entendido lo que la gente no quería. No solo de la oposición sino del oficialismo.