En política, el silencio puede ser un grito y una palabra calculada puede pesar más que 100 acusaciones. Así ocurre en el caso de Adán Augusto López Hernández, exsecretario de Gobernación, figura central en el lopezobradorismo y, ahora, protagonista de uno de los momentos más incómodos para Morena desde que Claudia Sheinbaum asumió la Presidencia.
#ZonaLibre | ¿Adán está cada vez más lejos del paraíso?

Durante las últimas semanas, Adán Augusto ha sido vinculado a una serie de presuntas irregularidades durante su paso por Bucareli. Aunque no hay aún procesos judiciales en su contra, las filtraciones sobre posibles desvíos de recursos, favoritismo en contratos y redes de operadores han encendido las alarmas. En medio del revuelo, la presidenta Sheinbaum no guardó silencio total: salió a declarar que, mientras no haya una sentencia, “todos tienen derecho a la presunción de inocencia”. Pero su tono fue frío, institucional, casi quirúrgico.
Esa defensa a medias habla más que un discurso encendido. Sheinbaum no lo abandonó públicamente, pero tampoco mostró el más mínimo entusiasmo por protegerlo políticamente. Es un equilibrio delicado: enviar un mensaje de legalidad sin comprometer su liderazgo con una figura que representa una parte del pasado inmediato del obradorismo.
Adán Augusto no es solo un político con carrera propia. Es, o era, un símbolo de la vieja guardia del lopezobradorismo sureño. Exgobernador de Tabasco, exsecretario de Gobernación y uno de los hombres de mayor confianza de AMLO, su aspiración presidencial lo llevó a formar un bloque compacto de leales en el Congreso, gobiernos estatales y sectores empresariales aliados.
Sin embargo, tras quedar fuera de la contienda interna en favor de Sheinbaum, su margen de maniobra se redujo. Su grupo político —con tintes más pragmáticos que ideológicos— ha perdido visibilidad, y muchos de sus antiguos aliados han optado por el repliegue o la reubicación estratégica.
¿Distancia o cálculo de Sheinbaum?
La forma en que Sheinbaum ha manejado el caso Adán refleja su estilo de liderazgo: firme, pero sin estridencias. No necesita hacer grandes purgas ni pronunciamientos espectaculares. Basta con dejar que las piezas caigan por su propio peso.
Lejos de los reflectores, ha fortalecido a perfiles más técnicos y afines a su visión, como Rosa Icela Rodríguez, Ariadna Montiel o Mario Delgado. También ha dejado crecer a figuras como Omar García Harfuch, cuya presencia pública no es menor. En este contexto, los cercanos a Adán han ido quedando en los márgenes del poder.
El mensaje es claro: la presidenta no necesita confrontar abiertamente a ningún grupo. Su control del aparato ya es una realidad, y tener en jaque a figuras fuertes del pasado como Adán Augusto solo refuerza su autoridad.
El caso Adán podría parecer una fractura interna, pero en realidad exhibe otra cosa: la transición de un liderazgo carismático (AMLO) hacia uno institucional y técnico (Sheinbaum). Las resistencias internas son naturales, pero la mayoría de los cuadros del partido parecen alinearse con la nueva presidenta.
La unidad de Morena, por tanto, no está rota, pero sí en proceso de redefinición. Y ese proceso requiere mostrar que nadie —ni siquiera los más cercanos al expresidente— están por encima del proyecto. Que el partido se institucionaliza. Que hay nuevas reglas.
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¿El jaque como estrategia?
Tener a Adán Augusto en el centro del huracán puede terminar siendo funcional para la presidenta. Le permite deslindarse del pasado sin romper públicamente con AMLO. Le da margen para consolidar su propia base y mostrar que la justicia será pareja, incluso con los “hermanos políticos”.
Además, le permite gobernar con autoridad. En política, el poder no se hereda: se conquista día a día. Y Claudia Sheinbaum lo está haciendo a su manera, con movimientos precisos, discursos moderados y un tablero donde cada ficha se mueve con estrategia.
El caso Adán no es el fin de una era, pero sí el comienzo de una nueva. Una donde la presidenta ya no necesita tutores ni figuras tutelares. Y donde, incluso en medio del escándalo, la 4T se redefine con una líder que aprendió rápido a jugar el ajedrez del poder.
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