El lunes, Jesús Silva-Herzog Márquez publicó una columna lúcida, controversial y, desde mi punto de vista, muy acertada en el periódico Reforma, intitulada “Suspensión de la crítica”. El texto arranca así: “Se escuchan en el país voces que piden un estado de emergencia sobre la deliberación nacional. En vista del grave problema que vivimos, debería suspenderse el ejercicio de la crítica”.
No renunciemos a la crítica
De acuerdo con Silva-Herzog, el obradorismo ha suspendido la crítica para apoyar férreamente a Claudia Sheinbaum: reconocer cualquier error es sinónimo de debilidad (de “zigzagueo”, diría el presidente), lo que beneficia a la oposición. Por su parte, el campo opositor argumenta que debemos suspender el cuestionamiento a sus partidos y su candidata porque, supuestamente, nuestras críticas no hacen más que fortalecer al autoritarismo.
Sin embargo, el autor considera que: “La gravedad de la crisis democrática no pide menos sino más crítica. Sobre todo, mejor crítica”. Por eso, hace un llamado a no caer en simplificaciones al analizar o criticar a Claudia Sheinbaum: no es una vil calca de López Obrador, sino una líder ordenada, metódica y disciplinada. Es tan autoritaria como él, pero mucho más competente, dice Silva-Herzog.
La reacción al texto de los simpatizantes de la oposición parece darle la razón a Silva-Herzog. Lo acusaron de apologista de Sheinbaum tan sólo por reconocerle virtudes (virtudes, por cierto, que de acuerdo con Silva-Herzog, emplearía de manera autoritaria). Lejos de refutar su texto con argumentos, lo tildaron de “vendido” o “confundido”. Prefirieron atacar antes que reflexionar. Optaron por descalificar en vez de leer con cuidado.
Alguna vez catalogué a quienes sostienen esta posición de cerrazón como una “ oposición antiliberal ”, al contrastarlos con grandes pensadores liberales del siglo XX, como Isaiah Berlin, Hannah Arendt o Raymond Aron, quienes compartían una actitud —sí, una actitud— que enriquecía enormemente su labor intelectual: eran personas abiertas al debate, contrarias a cualquier tipo de dogma, autocríticas, valientes al tratar los temas más espinosos de su tiempo, congruentes y con apertura para aceptar cuestionamientos a sus postulados e incluso para tomar y adaptar formulaciones provenientes de otros campos ideológicos.
Pero más allá de sus credenciales liberales, lo que hacen los analistas y escritores que militan en la campaña de Gálvez —los mismos que han decretado la suspensión de la crítica que señala Silva-Herzog— está lejos de ayudar a la candidata y los partidos que impulsan.
A lo largo de todo el sexenio, su apoyo sin cortapisas a los partidos opositores ha mermado su desempeño, ha validado decisiones absurdas y ha contribuido a la falta de autocrítica tan característica de las élites partidistas. Además, su estridencia y sus simplificaciones han impedido que entendamos mejor a López Obrador, su gobierno, su movimiento y su legado.
Por un lado, la autocomplacencia y la cerrazón de los analistas militantes de oposición han contribuido a la errática campaña de Xóchitl Gálvez y a la necedad de los partidos de oposición para corregir el rumbo. Para ellos, es momento de cerrar filas, defender la democracia y punto. Cualquier cosa que salga de este razonamiento es colaborar con el obradorismo.
Es válido simpatizar con una candidatura. Es legítimo desempeñar el papel de “intelectual comprometido”. Están en su derecho. Pero, incluso así, ¿no creen que su candidata se beneficiaría de sus críticas para así tomar mejores decisiones? ¿Acaso no serviría para proteger la democracia el discutir cómo ampliarla para hacer que trascienda lo procedimental? ¿No creen que la crítica severa serviría para la renovación de las élites partidistas? ¿Acaso, con sus aplausos, no están replicando las dinámicas del obradorismo que tanto desdeñan?
Por otro lado, si los analistas militantes de la oposición siguen en la misma tónica de este sexenio, tampoco entenderán al gobierno de Sheinbaum, como no comprendieron al de López Obrador, lo cual nuevamente dificultará la articulación de alternativas de oposición que resulten atractivas para las mayorías y que ofrezcan un horizonte de futuro esperanzador.
Tenemos ante nosotros el fin de un sexenio durante el cual la discusión pública redujo su calidad notablemente: mucha estridencia, apoyo irrestricto a partidos y repetición de dogmas y consignas fueron los rasgos distintivos del debate público en estos años.
Valdría la pena que quienes tenemos el privilegio de participar en medios de comunicación reflexionemos sobre lo que hicimos y dejamos hacer durante este sexenio para que esto ocurriera y nos preguntemos si queremos otros seis años así. Los medios, los intelectuales y los analistas tenemos una responsabilidad en todo esto.
La crítica puede desempeñar un papel fundamental para comprender e interpretar los cambios políticos que vivirá México en el nuevo gobierno, para advertir las intenciones, los rasgos y el verdadero programa político de la nueva administración, para pensar en mecanismos de resistencia o acción colectiva y para dibujar horizontes de futuro. La renuncia a la crítica no ha hecho más que exacerbar la debilidad de las oposiciones este sexenio. Esto debería ser una lección para quien quiera aprenderla.
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Nota del editor: Jacques Coste (@jacquescoste94) es internacionalista, historiador, consultor político y autor del libro Derechos humanos y política en México: La reforma constitucional de 2011 en perspectiva histórica (Instituto Mora y Tirant lo Blanch, 2022). Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.