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Llamado urgente a la congruencia

Es válido que un analista tenga preferencias y simpatías. De hecho, la objetividad es imposible. Pero hay una diferencia enorme entre admitir esas simpatías y renunciar por completo a la congruencia.
mié 05 julio 2023 06:11 AM
Llamado urgente a la congruencia
Hay una diferencia enorme entre admitir simpatías y renunciar por completo a la congruencia, el pensamiento crítico y, por tanto, a la vocación misma del analista político o el intelectual, considera Jacques Coste.

La semana pasada aproveché este espacio para advertir sobre la necesidad de elevar la calidad de nuestro debate público . Argumenté que esto sería un primer paso para tener una clase política más digna y mejores gobiernos: si los problemas públicos ocupan el espacio central de la agenda, es más fácil llamar a cuentas a los políticos omisos, incapaces o indolentes.

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Desafortunadamente, en apenas una semana, la calidad del debate disminuyó a niveles aún más bajos de los habituales, lo que ya es mucho decir: tirios y troyanos se acusaron mutuamente de incongruencias, violaciones a la ley electoral, misoginia y actos de corrupción del pasado; buena parte la conversación se centró en la grilla electoral y los dichos de los aspirantes presidenciales; y otra parte importante se enfocó en el evento para celebrar los cinco años del triunfo electoral de López Obrador.

Lo peor es que esto apenas comienza. No me espanta que la discusión pública se centre en la elección presidencial. Sin embargo, entre los analistas políticos, editorialistas, líderes de opinión, periodistas y similares, sería conveniente establecer acuerdos y estándares mínimos para tratar el proceso electoral con un nivel razonable de profesionalismo, seriedad y apego a la verdad.

Estoy siendo ingenuo e idealista. Ya lo sé. Pero si no lo hacemos, seremos corresponsables del deterioro de nuestra democracia, no en el sentido de debacle institucional que suelen asignarle algunos liberales nostálgicos, sino en tanto que habremos contribuido a la agudización de tres grandes males: la incapacidad de escucharnos entre ciudadanos con distintas visiones, el retroceso en la cultura de la deliberación y el poco respeto al pluralismo y la diversidad.

Pienso que hay un primer elemento en el que deberíamos convenir si queremos contribuir a la profundización —y no al retroceso— de nuestra democracia: hay que ser congruentes al hablar sobre la elección presidencial y la competencia partidista.

Es normal que los intelectuales y los analistas comulguen con distintos partidos, proyectos o personajes políticos. Incluso, es válido que los medios y los comunicadores tengan ciertas líneas y preferencias editoriales. Esto siempre ha sido así: en México y en todo el mundo.

No es ningún secreto que, en Estados Unidos, CNN ha estado más cerca de los demócratas y Fox News, de los republicanos. La cosa cambia cuando los canales se convierten en aparatos de propaganda y mentiras, como ha ocurrido en el caso del segundo.

Lo mismo aplica para México: muchos medios se han convertido en abiertos propagandistas gubernamentales y, algunos otros, en críticos irreflexivos del gobierno. La mentira, la desinformación y la calumnia han estado en el arsenal de unos y otros.

Por eso hago un llamado urgente a la congruencia en medio de este proceso electoral, tan polarizado y álgido.

Por ejemplo, Lilly Téllez se bajó de la contienda presidencial. Sin embargo, hasta hace unos días, era una de las favoritas de algunos analistas simpatizantes de la oposición. ¿Acaso no es incongruente condenar la demagogia y la retórica polarizante de López Obrador y luego aplaudir estos mismos rasgos en Téllez?

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Asimismo, si señalas la incongruencia del PAN al unirse con su rival histórico, el PRI, también deberías señalar la inconsistencia de Morena al aliarse con el Partido Verde, que encarna el vínculo entre el poder político y el poder económico como nadie más. Lo mismo opera en sentido contrario, por supuesto.

Así pues, el llamado a la congruencia es general y urgente. No obstante, si bien hay incongruencia en todos los frentes, el caso de los analistas simpatizantes de Morena me parece cada vez más descarado y alarmante.

He visto y escuchado, con preocupación, cómo defienden a El Fisgón —uno de los ideólogos del partido en el poder— luego de publicar un cartón profundamente racista y ofensivo contra los pueblos indígenas, o cómo respaldan a Fernando Rivera Calderón al emitir comentarios burlones acerca del sobrepeso de una figura política.

El razonamiento pareciera ser: las burlas por sobrepeso están mal cuando son contra Citlalli Hernández, pero se valen cuando son contra Xóchitl Gálvez; los comentarios racistas están mal si provienen de Paco Calderón, pero se valen si vienen de El Fisgón.

Las burlas por el físico y la discriminación racial se condenan vengan de quien vengan y se dirijan contra quien se dirijan, sin ambages ni matices. Las corruptelas y la falta de principios de los partidos también se critican por igual.

Insisto, es válido que un analista político tenga preferencias y simpatías. De hecho, la objetividad es imposible. Pero hay una diferencia enorme entre admitir esas simpatías y renunciar por completo a la congruencia, el pensamiento crítico y, por tanto, a la vocación misma del analista político o el intelectual.

Por eso, cierro esta columna reiterando el llamado urgente a un nivel mínimo de congruencia. Quienes no estén dispuestos a respetarlos pueden considerarse a sí mismos propagandistas, porque analistas o periodistas no son.

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Nota del editor: Jacques Coste (@jacquescoste94) es internacionalista, historiador, consultor político y autor del libro Derechos humanos y política en México: La reforma constitucional de 2011 en perspectiva histórica (Instituto Mora y Tirant lo Blanch, 2022).

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