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Oposición antiliberal

La vocación autocrítica, reflexiva, no-dogmática y de apertura al debate está prácticamente ausente en la esfera pública mexicana.
mié 10 mayo 2023 06:01 AM
Oposición antiliberal
Entre los obradoristas duros y la oposición recalcitrante hay un mosaico amplio y diverso de posiciones políticas e ideológicas y un debate público mucho más rico, pero estas voces quedan opacadas por la estridencia de los dos extremos, apunta Jacques Coste.

En fechas recientes, he revisitado los textos de tres de los más grandes pensadores liberales del siglo XX: Raymond Aron, Isaiah Berlin y Hannah Arendt, aunque categorizar a la última como una ideóloga del liberalismo, así sin más, podría ser problemático y arriesgado.

Soy una persona muy crítica del liberalismo contemporáneo, cuyos autores me parecen dogmáticos, autocomplacientes, repetitivos, autorreferenciales y herméticos. Precisamente por eso releí a Berlin, Aron y Arendt, y profundicé en sus textos: porque son muy diferentes de la mayoría de liberales actuales.

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Ellos tres —tan diferentes entre sí— compartían una actitud que enriquecía enormemente sus argumentos y sus reflexiones: eran personas abiertas al debate, poco dogmáticas, autocríticas, valientes al tratar los temas más espinosos de su tiempo, con alta honestidad intelectual y con apertura para aceptar cuestionamientos a sus postulados e incluso para tomar y adaptar formulaciones provenientes de otros campos ideológicos.

Bien valdría la pena que los liberales de hoy asumieran una actitud similar. Y no sólo los liberales. Se echa mucho de menos este espíritu en la conversación pública del México contemporáneo. La vocación autocrítica, reflexiva, no-dogmática y de apertura al debate está prácticamente ausente en la esfera pública mexicana.

De un lado, tenemos a los obradoristas duros, que resumen su concepción de la vida pública nacional y su programa político en un puñado de frases simplonas y en el convencimiento de que contar con apoyo mayoritario es una carta libre para hacer lo que les venga en gana.

Del otro lado, vemos a la oposición recalcitrante, que se interesa menos en proponer alternativas de futuro que en buscar culpables del desastre actual y en mostrar su presunta superioridad moral por haberlo advertido desde hace tiempo.

En medio, hay un mosaico amplio y diverso de posiciones políticas e ideológicas y un debate público mucho más rico, pero estas voces quedan opacadas por la estridencia de los dos extremos.

El obradorismo duro se ha convertido en un movimiento político sectario, que no admite críticas, cuestionamientos ni matices, y que acusa a toda manifestación opositora de reaccionaria, espuria, conservadora u oligárquica. Por eso, en este momento, no quiero perder tinta en los obradoristas duros en esta columna. Ya he dedicado sendas páginas a reflexionar sobre ellos.

Más bien, quiero detenerme en los opositores duros, toda vez que la gran mayoría de ellos se dice liberal o pluralista en algún grado, lo cual es contradictorio respecto a la actitud que asumen en el debate público.

Primero, se toman la licencia de actuar como la Santa Inquisición en la conversación pública: censuran a quien piensa distinto que ellos y tildan de traidor a quien no muestra su apoyo incondicional a los partidos de oposición. Más aún, le recuerdan su “pecado original” a aquellos que votaron por López Obrador y hoy se arrepienten. Los llaman ingenuos, les exigen que ofrezcan disculpas públicas y se burlan de ellos con la odiosa frase: “No podía saberse”.

En segundo término, son tan arrogantes que piensan que su agenda es la única que importa. Para ellos, salvar la democracia que tenemos debe ser la única prioridad en la próxima elección. Es una preocupación legítima, que yo comparto. Sin embargo, no se dan cuenta que, para millones y millones de mexicanas y mexicanos, importan mucho más la desigualdad, la pobreza, la violencia y las oportunidades para tener una vida más llevadera.

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En tercer lugar, deslizan ciertas críticas mesuradas a la oposición partidista (principalmente al PRI) y admiten que no es una oposición ideal, pero sugieren que no es momento para reflexiones profundas ni para propuestas osadas hacia el futuro. Según ellos, es momento de cerrar filas, defender la democracia y punto. Por tanto, hay que apoyar sin ambages a la oposición partidista, a fin de que siga latente la condición mínima de la democracia electoral: la alternancia en el poder. Cualquier cosa que salga de este razonamiento es colaboracionismo con el obradorismo.

Además, los opositores duros son repelentes a la autocrítica. No admiten ni un mínimo de responsabilidad en la situación actual del país. Es injusto quien dice que los opositores duros suponen que antes “México estaba como Suiza”, pues en realidad aceptan que había muchos aspectos que mejorar, pero también dicen que las cosas marchaban razonablemente bien. En otras palabras, sostienen que había que hacer ajustes, pero el país transitaba por la ruta correcta.

Del mismo modo, se niegan a tomar las agendas y las propuestas de otros campos políticos. Son autocomplacientes: se escuchan y validan entre sí. Son las élites de la transición reciclando, renovando y actualizando las ideas de la transición. Y nada más. Si algo sale de esos marcos, no vale la pena escucharlo o, peor aún, es una idea que le hace el juego sucio al obradorismo.

Esos opositores duros se sienten compañeros de causa de los liberales de mediados del siglo XX, que vieron el ascenso de los totalitarismos y lucharon contra ellos. Piensan que están en una cruzada histórica similar para salvar la democracia. Quizá valdría la pena que, para escapar de esta fantasía, empezaran por leer a Berlin, Aron y Arendt, quienes efectivamente se enfrentaron al totalitarismo. A ellos les sobró ese espíritu autocrítico, esa apertura al debate, esa valentía, esa imaginación de futuros posibles y esa honestidad intelectual que tanta falta hacen a la oposición.

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Nota del editor: Jacques Coste (Twitter: @jacquescoste94) es historiador y autor del libro ‘Derechos humanos y política en México: La reforma constitucional de 2011 en perspectiva histórica’, que se publicó en enero de 2022, bajo el sello editorial del Instituto Mora y Tirant Lo Blanch. También realiza actividades de consultoría en materia de análisis político. Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

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