Y por eso mismo, Gálvez se ha vendido como una candidata “ciudadana”. ¿Qué significa eso? En el lenguaje de la transición a la democracia en México, todo lo “ciudadano” era puro, deseable, independiente y virtuoso, mientras que todo lo “político” era indeseable, malo y corrupto.
Heredera de esa tradición, Gálvez ha replicado esa añeja retórica. Ha dicho que es una candidata ciudadana, que no milita en ningún partido y que la eligieron los votantes, no las cúpulas partidistas. Lo primero es cuestionable, pues en realidad cuenta con una larga trayectoria política y, además, la oposición entre lo ciudadano y lo político es un sinsentido; lo segundo es engañoso: aunque no milite formalmente en el PAN, ha construido su carrera política bajo su cobijo; y lo tercero es parcialmente verdadero, toda vez que el proceso de selección organizado por la oposición fue un desastre y acabó anticipadamente, cuando las élites partidistas temieron que Beatriz Paredes le arrebatara el triunfo a Gálvez y la bajaron de la contienda.
Por tanto, la candidata ha quedado atrapada entre la espada y la pared. En los eventos con los militantes de los partidos, se dice orgullosa de representarlos, pues se identifica, según sea el caso, con la izquierda socialdemócrata perredista, con el talante democrático panista o con el institucionalismo priista. Simultáneamente, y de manera contradictoria, en los eventos abiertos al público general se presenta como una candidata independiente y hace todo lo posible para distanciarse de los partidos.
Es muy difícil hacer cuajar una candidatura cuando no hay coherencia en los mensajes y cuando una campaña no tiene una identidad bien definida. Al avergonzarse de los partidos que representa, Gálvez proyecta incomodidad, incoherencia y se percibe errática en sus mensajes.
En suma, Gálvez no ha logrado resolver el reto de apelar a los votantes independientes mientras conserva los votos de los simpatizantes de los partidos que representa.
El segundo dilema que tampoco ha sabido resolver Xóchitl es el de qué hacer con los dirigentes de los partidos. Para nadie sería fácil lidiar con dos fichitas de nuestra política, como lo son Alito Moreno, quien es hábil y astuto, pero corrupto como pocos y está más interesado en controlar todos lo hilos del PRI que en cualquier propuesta programática; y Marko Cortés, un tipo deslucido, gris y sin altura de miras, a quien Moreno ha manipulado fácilmente.
Gálvez tiene una tarea harto complicada: lograr que Cortés y Moreno le cedan voluntariamente el control de las estructuras, los recursos y las plataformas de los partidos, pero sin desplazarlos a ellos ni marginar a los liderazgos regionales del PRI y del PAN. A un tiempo, tener a Cortés y Moreno como aliados en materia logística, de recursos y de operación territorial, pero dejarlos fuera de la vista pública para que no la impacten sus negativos.