Las carreras al Senado también tienen ya algo de claridad, con una mayoría simple, y posiblemente cómoda, de la 4T. Esto, como hemos comentado, gracias al pésimo convenio de coalición PRI, PAN, PRD, con el que claudicaron a las primeras minorías, es decir, 25% de los escaños.
Lo que sigue aún en cierta competencia es la Cámara de Diputados, que depende mucho más de factores y dinámicas locales. Pero no se espera un cambio muy grande de la correlación actual.
Lamentablemente, a pesar de que para estas elecciones se anticipaba relativamente fácil arrebatarle a la 4T la mayoría simple en ambas Cámaras, las estrategias de la oposición fueron prácticamente un manual de cómo no ganar elecciones.
Desde el proceso mismo de imposición del “fenómeno espejismo” en la candidatura presidencial, hasta los convenios de coalición y las candidaturas al resto de los cargos, los peores dirigentes históricos del PRI, PAN y PRD, junto con el empresario junior, hicieron error tras error. Los tres primeros por intereses personalísimos, el otro por simple ignorancia política.
En cambio, la campaña de Sheinbaum se ve mucho más ordenada y profesional. Y ella, a diferencia de hace 3, 4 ó 5 años, se ve sorpresivamente más madura políticamente y con mayor control.
El punto es que hoy tenemos ya que empezar a pensar en lo que viene para el periodo de transición y la llegada del nuevo gobierno, y cómo tenemos que prepararnos para que empecemos a construir verdaderos contrapesos sociales para evitar los errores que hicimos con el actual gobierno.
Es claro que la oposición, dados los cuestionados personajes que se anticipa que lleguen de sus fallidos partidos, tendrán poca capacidad de ser contrapeso, como no lo fueron tampoco durante la actual administración por pleitos internos e intereses personales.
Ante esta lamentable realidad, debemos pensar qué maneras hay de presionar a que el próximo gobierno pueda cambiar, al menos un poco, la ruta del país.
La buena noticia es que el fenómeno político y estilo de gobierno actual de AMLO son irrepetibles, por lo que las cosas necesariamente cambiarán. La pregunta es cuándo y cuánto, de qué forma se puede coadyuvar a que se de ese cambio.
La nueva presidencia no tiene el mismo liderazgo y legitimidad sociales del actual, ni las habilidades tan claras de comunicarse eficazmente con la base social, ni parece que tendrá el control tan contundente de su partido.
Todas esas características han permitido a AMLO imponer a diestra y siniestra una serie de decisiones erradas, pero que en muy poco le afectan dada su inmensa legitimidad social. Además de controlar el Congreso sin mayor dificultad, pues todos le deben su ascenso y cargos.
Para que la nueva presidenta se pueda sentir cómoda en la silla y consolidar su gobierno, deberá marcar su estilo propio, lo que implica un distanciamiento del actual. La incógnita es hasta donde cederá a su creador, y en qué momentos irá cortando el cordón umbilical.
En este sentido, requerirá de elementos, herramientas y respaldo para poder moverse de manera más ágil y contundente hacia sus propias agendas y formas de ejercer el poder. Aquí entran en juego los contrapesos sociales.
Durante la actual administración, desde el sector privado hubo muy poco tino y estrategia, salvo honrosas excepciones, en cuanto al relacionamiento con el presidente.
Eso sí, mucha víscera, en parte por las fobias personales, en parte por actores tan poco avezados como Claudio X Jr, y en parte por protagonismos mediocres como De Hoyos, hoy tránsfuga a MC.
Por eso, ahora se requiere de un empresariado mucho más maduro y experimentado, que entienda que dialogar no es claudicar, y que disentir no es atacar y romper puente. Las dirigencias de los organismos empresariales deben cambiar de su actual medianía a preparación y liderazgo. No parece que esté sucediendo.