El resultado que estamos viendo a diario con estas decisiones, empezando por la imposición de candidaturas, incluida la presidencial, es el debilitamiento sostenido de las ya de por sí mermadas bases de voto de los tres partidos, si es que al PRD aún se le puede contar como partido.
Uno asumiría que habrían aprendido del grave error de no tener un proceso democrático de selección de candidata presidencial, y pensarían mejor los nombramientos de candidaturas al Legislativo, así como a los diversos puestos locales que se eligen este 2 de junio. Pero no.
Este mal logrado Frente, ahora románticamente llamado Fuerza y Corazón, ni está logrando fuerza por sus constantes errores y malas decisiones, ni se está tentando el corazón al momento de marginar grupos y personajes a diestra y siniestra que al final les restaran posibilidades de voto.
A pesar de que hoy por hoy la contienda real debe ser el Poder Legislativo, es difícil entender por qué nadie, ni analistas, ni opinólogos, ni comunicadores, ha hablado del craso error que hicieron las dirigencias del PRI y el PAN con el convenio de coalición para las candidaturas al Senado.
Lo que convinieron PRI y PAN es básicamente renunciar a ganar una cuarta parte de la Cámara Alta, al haberse decidido por candidaturas comunes, repartiendo las fórmulas entre los partidos en algunos casos, y acordando los dos lugares de la fórmula para uno solo en otros casos.
El Senado se compone de 128 escaños. La mitad, 64, corresponde a quienes ganan las elecciones en las 32 entidades federativas, a razón de 2 personas por fórmula. Un cuarto, 32, corresponde a los segundos lugares, llamados primeras minorías, llegando los primeros lugares de cada fórmula. Y el último cuarto, otros 32, es por representación proporcional, es decir, las listas nacionales de cada partido, repartidos según los porcentajes de votación.
Bajo este contexto, lo lógico hubiera sido que el Frente diera la batalla por los 96 escaños que se eligen por voto directo, para así tratar de tener el mayor número posible de Senadores para evitar que la 4T tenga la mayoría, simple o calificada.
Cada partido debió registrar una fórmula propia en cada entidad federativa, y hacer candidaturas comunes únicamente en las entidades problemáticas. Así, y bajo acuerdos claros, contenderían tanto por los primeros como los segundos lugares, apoyando al partido con más posibilidades.
Sin embargo, se decidió ir por candidaturas comunes en todas las entidades, perdiendo así la posibilidades que dan las 32 primeras minorías; que es justo lo que salvó, por ejemplo, al PAN en 2018 ante la avasalladora votación que tuvo Morena.
No conformes con este error tan básico, también dieron exclusiva a un solo partido en varias entidades, generando grandes molestias en los partidos excluidos y, con ello, algunas salidas adicionales de las filas del Frente. Esto resultara, además, en brazos caídos el día de la elección.