No se debe ser un gurú para comprender lo que ha sucedido por los últimos años: AMLO siempre ha querido una sucesora mujer, a fin de trascender a la historia como un estadista que le entrega el poder a una mujer por primera vez en la historia del país.
Finalmente se le podría conceder ese ensueño al presidente. Si no es a Claudia, tendría que entregarle la banda presidencial a Xóchitl Gálvez. Su plan avanza a la perfección en ese tema.
Lo que tiene en jaque al morenismo es la rebelión de Marcelo Ebrard. Es evidente que el ex canciller tiene un capital electoral suficiente para crear un sismo político que provoque un golpe importante para boicotear el triunfo de Sheinbaum.
El sentimiento de Ebrard es de despecho y decepción. Eso es peligrosísimo. Como dice la frase popular: “La gente olvidará lo que dijiste, olvidará lo que hiciste, pero nunca olvidará cómo la hiciste sentir“.
El movimiento “marcelista” se siente ofendido y engañado; golpeado y abusado. Esa afrenta puede durar más de lo que muchos imaginan.
El rompimiento no se trató de una simple etapa interna de un partido político, sino de una constante burla; un montaje que se fue cumpliendo al pie de la letra y que terminaron por aprobar las otras “corcholatas”, las cuales han lucido derrotados y hasta humillados por los raquíticos números arrojados para cada uno de ellos.
Un resultado forzado
La primera impresión del triunfo de Sheinbaum es tan gris como lo fue su precampaña.
A pesar de los altísimos números que supuestamente arrojaron las encuestadoras, la ex Jefa de Gobierno no logró despertar algarabía por su nombramiento. Esa constante apatía le ha sido un constante dolor de cabeza, pues su desangelado personaje no ha logrado conectar siquiera con los fanáticos más recalcitrantes del presidente.
Es quizá por esa cuestión que el evento del pasado miércoles y la rueda de prensa del jueves no contribuyen a un arranque exitoso de la precampaña oficial. El apoyo de gobernadores y personajes del gobierno federal se muestra más como una imposición y un intento de obligar a los morenistas a decantarse por un proyecto que no les emociona. Muy parecido al institucionalismo que pregonaba tanto el PRI antiguo.
Ante este escenario, la confusión reina en un ambiente muy contrario al del 2018, cuando AMLO, al ser ratificado como candidato a la presidencia, lograba esperanzar a millones de personas.
El ambiente de hoy es oscuro y hasta deprimente; divisor y decadente.
Ebrard sabe que tiene la agenda política nacional en sus manos. Su próxima decisión podría decidir el rumbo que la balanza tomará en el próximo sexenio.
Adiós a los acuerdos
Sus palabras tienen un sentimiento especial; una carga por venganza que se ha acumulado durante los últimos años, en tantas aventuras que ha emprendido y en que ha fracasado. En cada una de ellas no estuvo en sus manos el triunfo o la derrota.