En el campo oficialista, la enésima inauguración del Tren Maya fue un hecho histórico, “la resucitación del ferrocarril en México y una reivindicación a los pueblos del Sureste”. En cada intervención, Claudia Sheinbaum y sus seguidores aseveran que “están haciendo historia”, al “culminar la Cuarta Transformación de la vida pública nacional” y al lograr que una mujer encabece esta “revolución de las conciencias”. Vamos, hasta el nombre de la coalición oficialista es grandilocuente: “Juntos Haremos Historia”.
Por supuesto, el oficialismo es quien lleva más tiempo en esta tendencia. En su larga trayectoria como opositor, López Obrador siempre prometió “hacer historia” e impulsar “un cambio de régimen”. Ya como gobernante, el presidente y sus seguidores han intensificado el uso político de la historia: cada decisión de gobierno, cada discurso, cada ley que se aprueba, cada palabra pronunciada por el mandatario es un “hecho histórico”. Por lo tanto, cada acto de la oposición es una reacción conservadora para bloquear a la marcha formidable de la Historia (así, con mayúscula).
No sorprende que el movimiento obradorista abuse tan burdamente de las narrativas históricas y los argumentos teleológicos para legitimarse. De eso ha vivido los últimos 20 años. Sí sorprende, en cambio, que la oposición esté incurriendo en la misma manía de tildar de “históricos” todos sus actos y, peor aún, que los analistas simpatizantes del Frente Amplio sigan la misma tendencia.
No me malinterpreten. Todo gobierno, todo partido político y todo candidato busca legitimarse por medio de narrativas históricas. Eso es normal y ocurre en todo el mundo. Los proyectos políticos deben dotarse de una justificación histórica para tomar tracción social. Si no hay una justificación histórica, tampoco habría motivos para lanzar un proyecto político, así de fácil. Además, los dirigentes políticos se valen de anécdotas y reflexiones históricas para que sus discursos sean más potentes y emotivos. Eso también es normal y válido.
En otras palabras, reconozco que los usos políticos de la historia son naturales en todo sistema político, y que todos los gobiernos y las oposiciones se valen de justificaciones históricas para impulsar sus respectivos proyectos. No obstante, como historiador, tiendo a sospechar de todo líder político, candidato o partido que abuse de la historia como justificación de todas sus decisiones y, sobre todo, que utilice el adjetivo “histórico” tan a la ligera. De hecho, ese fue uno de los motivos principales por los que no voté por López Obrador en 2018.
Si un dirigente o una fuerza política piensa que está del lado correcto de la Historia, si cree que su proyecto ocupará las páginas de oro de los libros de historia oficial, si considera que todas sus decisiones —por extremas que sean o por resistencias que encuentren— se justifican por un “hambre de cambio histórico”, entonces es probable que se reduzcan los canales de diálogo, negociación y deliberación. En una frase: si mi proyecto es histórico, no tengo por qué negociarlo con nadie, pues —parafraseando a Fidel Castro— la Historia me absolverá o me dará la razón.