El caso de Emilio Lozoya siempre ha sido una gran prueba para la justicia mexicana. Y no solo en este sexenio. Desde hace tiempo, el modus operandi de Lozoya y su papel en el peñanietismo lo convirtieron en la personificación de aquella versión de la corrupción priista. Y también del uso político de la justicia.
La impunidad con la que Lozoya se movió hasta hace muy poco era una representación perfecta de las deudas de la justicia mexicana con el país.