Y todo este entorno es posible porque no hay un contrapeso funcional, eficiente ni efectivo. Los partidos políticos de oposición están enfrascados en sus profundas problemáticas internas, aún sin entender no sólo que perdieron sino por qué perdieron.
Hay una severa crisis nunca antes vista en la Suprema Corte. No sólo renunció uno de sus miembros más polémicos ante acusaciones de corrupción, sino que el Presidente de la SCJN grita a los cuatro vientos su entrega total al Presidente de la República, claudicando a la independencia de poderes.
Durante el sistema hegemónico, el PRI era un contrapeso importante de los Presidentes. Pero hoy, Morena es un partido completamente disfuncional, incapaz de organizarse e institucionalizarse, en buena medida porque el propio Presidente así lo ha querido para mantenerlo débil.
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Históricamente, a partir de la Revolución la gobernabilidad de nuestro sistema democrático se ha dado desde diferentes trincheras, según la etapa. Durante mucho tiempo fue gracias a presidentes firmes con actores relevantes en sus gabinetes.
Es el caso, por ejemplo, del poderoso secretario de Gobernación, Reyes Heroles, que encabezó con gran habilidad política el proceso de apertura democrática de México a finales de los setenta.
O el de Carlos Salinas, quien desde la Presidencia logró calmar al país después del proceso electoral más cuestionado hasta ese entonces, y de la gran escisión del PRI que dio lugar al PRD. Salinas, sensible a la crisis, construyó algunas de las instituciones más importantes que subsisten hasta hoy.