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¿Estaremos entendiendo en México?

Hoy que López Obrador está en el poder parece olvidar que con las elecciones de 2018 sólo se ganó tiempo por la inconformidad social, escribe Don Porfirio Salinas.
lun 28 octubre 2019 06:30 AM
Don Porfirio Salinas
Don Porfirio Salinas es híbrido de política, iniciativa privada y escenario internacional. Priista orgulloso de “el valor de nuestra estirpe” (Beatriz Paredes dixit); antagónico al Peñismo, que atentó contra esta estirpe. Convencido de la política como instrumento de construcción de país, desde cualquier trinchera.

Las últimas semanas han sido de gran convulsión en América Latina. Los altos niveles de descontento social se están evidenciando de distintas formas en toda la región. Las razones son variadas

Desde conflictos postelectorales como en Bolivia, hasta protestas masivas por aumentos de precios como en Chile y Ecuador, a problemas importantes de inestabilidad política como en Perú o Haití.

Y si bien hay problemas a nivel global, las raíces parecen distintas. Por ejemplo, en Barcelona y Hong Kong las impresionantes protestas obedecen a razones históricas motivadas por ánimos independentistas. Las de Medio Oriente se motivan más por profundos conflictos culturales.

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El mundo vive lo que pareciera una oleada similar a lo que en su momento se vivió en los años sesenta, particularmente a finales. Pero la coyuntura es muy distinta.

América Latina no es ajena a episodios de inestabilidad. Durante buena parte del siglo pasado, la región estuvo sumida en conflictos de golpes de Estado, dictaduras militares, insurrecciones guerrilleras, y violencia del narcotráfico.

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En aquellos momentos era evidente que la lucha era contra esos regímenes autoritarios, que duraron décadas y que coartaban los derechos y libertades de sus sociedades. La lucha era por la democratización de los países.

Hoy, la historia es distinta. Se han logrado regímenes aparentemente democráticos en la mayoría de los países de la región. Sin embargo, la democracia no parece que haya traído consigo las bondades y beneficios que se pensaban".

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Y no parece tampoco un tema de ideologías, como lo fue hace décadas. En la región gobiernos han ido y venido, de derecha y de izquierda, en casi todos los países. Todos han prometido lo mismo: crecimiento, prosperidad, estabilidad, justicia y desarrollo. Pero no parecen cumplirlo.

América Latina es la región que mayores niveles de violencia tiene a nivel mundial; y también con los mayores índices de desigualdad económica y social. Ni izquierda ni derecha lo han evitado.

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En toda la región han proliferado los programas sociales, pero en su mayoría han sido electoreros o clientelares; además de económicamente regresivos. Y los niveles de desigualdad no cesan, mientras la concentración del ingreso aumenta.

Y tal vez ya no tenemos regímenes totalitarios, pero se han anquilosado las élites gobernantes. Cofradías caciquiles o dinastías familiares han cooptado el poder, y los destinos de sus poblaciones.

La reivindicación social que tanto se arenga en las campañas, parece olvidarse una vez que se gana la elección. Los excesos, los abusos y las falencias siguen siendo las mismas.

El sentimiento común parece ser el de hartazgo por esos excesos y abusos desde el poder. El de una desprotección total por parte de quienes deberían velar por sus poblaciones".

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Y el enojo no es con la desigualdad meramente económica, sino en la vida diaria. En el acceso a los satisfactores básicos. En la provisión de servicios de educación y de salud. En la impartición de justicia pronta y expedita. En la capacidad de movilidad social.

Los problemas no parecen nuevos y, como se mencionó, no son exclusivos de una forma de gobierno o de una ideología. Han persistido en el neoliberalismo, en la social democracia o en el socialismo.

En México, generalmente, nos hemos mantenido ajenos a muchos de estos sucesos disruptivos de la región. Más bien hemos cambiado lentamente, a nuestro propio paso. Y funcionó durante mucho tiempo, pero hoy no podemos escapar a la realidad regional y global.

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En 2018, esquivamos una bala expansiva. Todos los elementos estaban puestos para que en México entráramos en una seria crisis social, de niveles similares o peores a lo que hoy vemos en Chile. Los dos últimos gobiernos en particular llevaron los excesos y los abusos al extremo.

La victoria de López Obrador amortiguó este riesgo y nos compró un poco más de tiempo. Pero es sólo eso, un poco más de tiempo.

El presidente López Obrador fue de los políticos más sensibles a la realidad social; entendió dónde estaban los problemas. Y fue el que mejor canalizó y plasmó en su campaña ese hartazgo social, al cual fueron completamente insensibles sus contrincantes".

Pero hoy que está en el poder, parece olvidarlo. Los problemas de fondo no sólo no se están resolviendo, pueden profundizarse ante muchas de las acciones gubernamentales. Hoy, el principal riesgo del presidente es su constante apuesta por la polarización, por la división.

Hoy el presidente tiene la obligación moral de cambiar esa realidad desde su trinchera. Es momento de un verdadero llamado por la unidad, de terminar con la confrontación, de trabajar por México. De ser un verdadero Estadista capaz de liderar al país hacia un mejor estadio.

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Presidente, que lo pasa hoy en toda la región sirva para sensibilizarlo. Puede que usted aún tenga un poco más de tiempo para aprovechar su bono social. Pero no será eterno. Es momento de demostrar que es distinto, que tiene la capacidad, y la intención, de mejorar a México.

Y como sociedad, aprendamos la lección. Nos dormimos pensando que la democracia era el fin último, y que a partir de allí sólo le correspondía a los gobernantes resolver nuestros problemas estructurales, nunca a nosotros.

Los tiempos actuales deben ser un llamado urgente a todos, gobiernos y sociedades, a dejar la intolerancia y la división, y trabajar juntos por un mejor futuro para todos".

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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