Uno de los saldos más desconcertantes que deja el gobierno de López Obrador es la falta de exigencia social, incluso diría la despolitización, de dos temas particularmente sensibles para el bienestar de los mexicanos: la seguridad y la salud. Es como si la capacidad ciudadana de plantearle demandas al poder y reclamarle resultados se hubiera colapsado, como si un sexenio hubiera bastado para acostumbrarnos, para resignarnos a que no podemos esperar nada mejor, aunque lo que hay sea tan deficiente.
Salud: la otra despolitización
En otro espacio me ocupé del caso de la seguridad, en este quisiera hacerlo sobre el de la salud. Con la complicación añadida de que, a diferencia de lo que pasa con la seguridad, que suele ser la mayor preocupación de los mexicanos o el tema en que peor evaluado sale el gobierno, con la salud parece que la población ni siquiera reconoce bien a bien la existencia de un conflicto. En los sondeos, cuando se pregunta sobre el principal problema del país, suelen despuntar la inseguridad, la economía o la corrupción, casi nunca la salud. Y las encuestas a los usuarios del sistema de salud (por ejemplo, en la ENCIG 2023 del INEGI) suelen arrojar un balance positivo: más satisfacción que insatisfacción, pues.
Pero los datos en materia de salud cuentan otra historia. Y no nada más según la descocada comparación con Dinamarca (que, por ejemplo, tiene una tasa de mortalidad materna 13 veces menor que la de México; una tasa de mortalidad infantil 5 veces menor; una expectativa de vida 6 años más alta; o un gasto público en salud per cápita 5 veces mayor), sino comparados con México mismo. En términos de carencia por acceso a los servicios de salud , de desabasto de medicinas , de rezago en vacunación , de aumento en el gasto de bolsillo por parte de la población para atender sus necesidades de salud y un largo, largo etcétera , hoy estamos peor que antes.
¿Cómo explicar ese contraste entre la aprobación del desempeño del gobierno y la satisfacción con los servicios en materia de salud, por un lado, y el cuadro de deterioro y carencia que pintan los datos, por el otro? ¿Cómo puede ser que los mexicanos se muestren más satisfechos aunque no estén mejor atendidos ni más sanos? Postulo la posibilidad de que la causa de esa aparente contradicción sea un desfondamiento de las expectativas ciudadanas respecto a los servicios públicos. Que las personas no desaprueben o no estén insatisfechas –a pesar de que no hay medicinas, no hay o no sirven los aparatos para hacer estudios, no hay camas, no hay insumos para hacer las cirugías, etcétera– porque han dejado de esperar otra cosa. Porque han aprendido que así es, que “esas cosas pasan” (como dijo el López Obrador, tan quitado de la pena, cuando el colapso de la Línea 12) y que el entorno se ha vuelto muy adverso al reclamo, a la denuncia, a la exigencia. Organizarse, además, cuesta tiempo, esfuerzo, recursos, y la experiencia cotidiana durante este sexenio ha sido, una y otra vez, que eso no funciona o que hasta puede haber represalias.
Comenzó con el desmantelamiento del Seguro Popular, luego con la pandemia, el desabasto, después con los niños sin quimioterapias... y así hasta acabar el sexenio. El gobierno obradorista se empleó muy a fondo en desactivar las alarmas , no sólo para desoírlas sino para estigmatizar a quienes las emitían: especialistas, doctores, enfermeras, pacientes, padres de familia, voces que advertían sobre la improvisación, los errores, la negligencia, las carencias. Eran de la oposición, conservadores, defendían sus privilegios, golpistas…
Al final del sexenio, en consecuencia, el tema de la salud quedó perfectamente despolitizado. Puede ser desconcertante, pero no es absurdo. Es un desenlace predecible, casi se podría decir que hasta lógico, de la tóxica combinación entre políticas de austeridad, retórica del bienestar y polarización política.
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