Parte de la característica principal de estos seguidores es que, al inicio, suelen defender a capa y espada cada acción. Conforme pasa el tiempo, algunos van matizando sus argumentaciones. En la última etapa, se pasa a cuestionamientos velados o excusas de por qué no se alcanzaron metas.
Siempre hay niveles de apoyadores. Están los que ciegamente apoyan a “su” presidente, pase lo que pase. Los que apoyan, pero cuestionan constructivamente. Y los que apoyan con cierta reticencia, pero terminan desencantándose.
Los primeros, los acólitos autómatas, se mantienen hasta el final y más allá. No aceptan crítica alguna sobre su líder. Ni de críticos, ni mucho menos de compañeros de grupo. A éstos los acusan de traicioneros y los marginan con mucho más coraje que los que siempre hayan sido críticos.
Acólitos autómatas hemos visto muchos en México. Los que hasta el final vieron a Peña como el gran reformador. O a Calderón como el valiente luchador contra el crimen. O a Fox como el democratizador. O a Zedillo como el salvador. A pesar de todas las pruebas en contra de su creencia.
Sin embargo, este grupo generalmente era el que más se iba diluyendo a lo largo de un sexenio. Y solía ser el más minoritario a la salida del líder.
Hoy vemos algo inédito. Un grupo de seguidores de la 4T que no solo se ha mantenido, sino que incluso creció. Acólitos autómatas de AMLO que se mantienen firmes en su convicción de que ha sido el mejor presidente, y que sigue luchando contra los opresores y quienes abusaron de México.
Hoy no cabe ni un ápice de crítica, no importa la evidencia sobre errores, abusos, incongruencia o mentiras, el líder siempre está en lo correcto.
Una característica de los acólitos autómatas es la de dar cuantas maromas sea posible para defender al líder cuando cambia de opinión, o cuando se contradice. Actualmente se ven maromas y hasta saltos mortales para justificar cada cambio de opinión o cada acción incongruente con el discurso.
Siempre ha habido gente que renuncia a sus creencias por defender a su líder. Que claudica a sus principios y convicciones por justificarlo. En este sexenio, tal vez como nunca, esa ha sido la constante.
No solo no se puede cuestionar al interior del obradorismo, sino que se tiene que tomar como dogma cualquier postulado, replicándolo y hasta potenciándolo. Y si mañana dice lo contrario, entonces hay que salir a difundir el nuevo mensaje sin explicación alguna.
Si el presidente dice, por ejemplo, que el Poder Judicial es corrupto y neoliberal, y que hay que reformarlo para salvarlo, aunque eso implique su debilitamiento estructural, y si su propuesta es criticada, hay que atacar, así se trate de argumentos válidos o de evidencia irrefutable.
Y si es alguien interno del movimiento, hay que aislarlo. Un traidor no puede ser parte de la transformación histórica. Pero si es un opositor que a conveniencia cambió de parecer, es alguien noble que optó por el lado correcto, aunque su pasado sea más turbio que el agua estancada de Chalco.
Pareciera que en el movimiento no caben la autocrítica ni la reflexión, mucho menos la introspección. Hay un faro, y hay que seguirlo aunque nos lleve a encallar.
Aún hay muchos comentócratas, sobre todo de oposición, que siguen comparando lo que hoy vivimos con la era hegemónica del PRI, espetando que se ha regresado al autoritarismo que se logró desterrar en el 2000.
Muchos de estos comentócratas, aún más radicales que los acólitos 4Tistas, que tanto impulsaron la alianza opositora antinatura respaldando a los liderazgos más corruptos del PRI y el PAN, y que mucho tiempo vivieron del sistema, hoy lo critican para criticar al presidente actual.
Pero lo que vemos hoy no es de ninguna manera lo que México vivió durante la era hegemónica. Por más que no se acepte, en aquella época había procesos muy profundos de negociación al interior del PRI. No era un solo partido. Había grupos muy fuertes al interior, con visiones distintas.