El fin de semana pasado generó polémica la decisión de Pedro Kumamoto de sumarse a la coalición oficialista de cara al 2024. Ha pasado casi una década desde que Kumamoto irrumpió en la política de Jalisco. Primero (2015) postulándose como candidato independiente a diputado para la legislatura del estado, contienda en la que venció a lo que entonces se llamaba, despectivamente, la “partidocracia”. Después (2018) se postuló como candidato independiente a senador, disputa en la que fue derrotado por Movimiento Ciudadano y Morena. Posteriormente (2020) fundó su propio partido político local, Futuro; por el que fue electo regidor (2021) por el ayuntamiento de Zapopan. Ahora (2023) ha anunciado que quiere ser candidato a la alcaldía de dicho ayuntamiento abanderando una alianza entre Futuro y Morena, el Partido Verde, el Partido del Trabajo y otro partido político local, Hagamos.
Kumamoto, los independientes y el sistema de partidos
No me ocupo propiamente de la polémica en torno a esta decisión de Kumamoto y su partido, otros ya lo han hecho y tengo poco que agregar al respecto (para darse una idea, recomiendo leer los comentarios de David Gómez Álvarez y Alfredo Lecona ). Lo que me interesa, en todo caso, es pensar el significado de esa decisión en un contexto más amplio (que trasciende a la figura de Kumamoto e incluso a la política local de Jalisco), como un indicio de que el proyecto de “ciudadanizar” la política mexicana y renovar su sistema de partidos por la vía de las candidaturas independientes fracasó rotundamente.
Hagamos un poco de memoria: además de Kumamoto, ¿qué fue de quienes despuntaron como independientes tras la reforma electoral de 2012? Pienso, por ejemplo, en dos figuras que renunciaron al PAN, Manuel Clouthier Carrillo y Alfonso Martínez Alcázar. En 2015 el primero fue electo diputado federal; el segundo, alcalde de Morelia. Luego de desempeñar sus respectivos cargos, Clouthier abandonó la política y Martínez perdió su intento de reelección (2018), pero se afilió de nuevo al PAN (2020) y al poco tiempo (2021) volvió a ser electo para la alcaldía de Morelia, bajo las siglas del PAN y el PRD. O pienso, también, en Armando Cabada Alvídrez y en Jaime Rodríguez Calderón, mejor conocido como el “Bronco”. Cabada fue candidato independiente a la alcaldía de Ciudad Juárez (2015), donde no sólo ganó sino que se reeligió consecutivamente (2018). Posteriormente (2020) pidió licencia para competir por una candidatura a diputado federal bajo las siglas de Morena, cargo que ganó y ejerce hoy día. El “Bronco”, por su parte, renunció a su militancia priista en 2014 y se lanzó como candidato independiente a gobernador de Nuevo León (2015). Ganó, pidió licencia para ser candidato independiente a la presidencia (2018), perdió y volvió para terminar la gubernatura. En 2022 pasó poco más de seis meses en la cárcel y ahora, aunque aparentemente retirado de la política, se le ubica en la órbita de Morena.
El desenlace de la apuesta de esos independientes terminó siendo, a grandes rasgos, retirarse de la política, volver a su viejo partido o, sobre todo, subirse al arca de Noé morenista. A pesar de sus breves triunfos particulares, como figura los independientes no transformaron al sistema de partidos sino que fueron, más bien, transformados (i.e., desechados o absorbidos) por él.
Al margen de los méritos o miserias de cada caso individual (y conste que dejo fuera a todos los que no lograron juntar las firmas para formalizar su candidatura y a los que a pesar de juntarlas perdieron, que son la inmensa mayoría), aquí hay una señal de que el sistema de partidos mexicano, por un lado, no cambió mediante la tentativa de “ciudadanizarlo” a golpe de candidaturas independientes; pero, por el otro lado, sí cambió porque surgió una “nueva” fuerza política, Morena, que está convirtiéndose en un partido predominante (si no es, de hecho, que hegemónico). Con todo, convendría reparar en que no cambiaron las reglas (i.e., las barreras de entrada, el control que ejercen las dirigencias, el desempoderamiento de las militancias, el modelo de financiamiento o de comunicación política) en las que se basaba la crítica contra la “partidocracia”. Es decir, en un sentido cambiaron muchas cosas, en otro sentido no cambió lo que más hacía falta que cambiara.
Es verdad que sin partidos políticos no puede haber democracia; sin embargo, con este sistema de partidos que tenemos, ¿qué clase de democracia puede haber?
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