Aunque cada vez más parezca un lugar común, la violencia genera más violencia. Nunca ha sido tan cierto como en la actualidad; y en una sociedad tan emproblemada como la nuestra, esta realidad nos está llevando a terrenos de los cuales será muy difícil regresar.
La sociedad mexicana tiene proclividad histórica hacia la violencia. Es algo que, aunque duela, debemos empezar por aceptar para afrontar y cambiar nuestra situación actual.
Desde las épocas de nuestros pueblos originarios, la violencia ha estado presente en diversas manifestaciones. Los aztecas, por ejemplo, fueron una civilización colonizadora que barría con las costumbres de pueblos que encontraba a su paso en su intento por dominarlos.
Parte de la cosmogonía de la época se centraba en la práctica del sacrificio humano como forma de mantener una ruta de avance y desarrollo. La Conquista, y la Colonia se caracterizaron por una imposición violenta de formas y creencias que resultaron en una gran división social.
Esa división y discriminación sirvieron de caldo de cultivo para un proceso independentista largo y violento, que nos mantuvo por décadas en una imposibilidad de generar una forma estable de gobierno.
La Revolución, primera insurrección de origen realmente social del Siglo XX en el mundo, implicó una década de lucha violenta y encarnecida que dejó a un país pulverizado y completamente dividido. La Guerra Cristera en la postrevolución fue una de las muestras más claras.
Y si bien en su momento el PRI logró pacificar efectivamente al país, y dotarlo de una verdadera identidad nacional, hacia los años 60 hubo un descontento social que resultó en violencia gubernamental, y después en la proliferación de movimientos guerrilleros violentos en los 70.
Ya en la actualidad, y derivado del capricho irresponsable de Calderón, entramos en una espiral de violencia que se ha convertido en un hoyo negro que ni Peña ni AMLO lograron parar y que, al contrario, siguieron alimentando.
Adicionalmente, a lo largo de toda nuestra historia, nunca se lograron resolver los problemas de racismo y discriminación, que han mantenido territorios en franca pugna idiosincrática, afectando severamente a comunidades indígenas originarias que aún sobreviven en varias regiones del país.
En este entorno violento que hoy vivimos, y nuestra historia, resulta inexplicable que los contenidos mediáticos y de redes privilegien tanto a las imágenes y videos de actos violentos y hasta sanguinarios diarios, que lejos de informar, solo enardecen más el ánimo social.
Los crímenes y la sociedad son cada vez más violentos, y la violencia cada vez conlleva mayores niveles de crueldad. Pareciera una competencia de quién puede ser peor.
Y no solo son las imágenes y videos de violencia entre crimen organizado y fuerzas armadas, o entre civiles y policías, o de delincuentes realizando ataques a ciudadanos comunes y corrientes, o de mujeres siendo atacadas en la calle a plena luz del día en el país con más feminicidios.
Son los videos de una maestra siendo agredida físicamente por una madre, mientras el padre la amenaza con una pistola; de personas atacando a animales de maneras sórdidas; de adolescentes, mujeres en muchos casos, peleando con violencia y haciendo daño físico considerable.