También, continúan malinterpretando y/o sobre interpretando las acciones y declaraciones del presidente López Obrador, sin entender que llevan cinco años sin entenderlo; lo que los lleva una y otra vez a la reacción sin reflexión, y a aseveraciones no necesariamente con sustento.
Lamentablemente, lo que no se ve es una reflexión realista y profunda sobre lo que está pasando en la sociedad, y cómo eso debe llevar a los tomadores de decisiones a analizar lo que sucede y actuar en consecuencia.
Tampoco se ve una discusión pública que busque identificar los verdaderos retos de nuestro sistema político y democrático, y las maneras en que se debería corregir para que el país tenga una ruta clara de cómo salir de la espiral de medianía en la que estamos.
No hay un debate público sobre las alternativas de solución a los problemas tan enraizados de México, y mucho menos sobre el tipo de discursos y perfiles que podrían ayudar a avanzar en opciones reales de solución de estos problemas.
Pareciera que nos hemos dejado llevar por el juego del presidente, y por las fobias y vísceras de quienes lo aborrecen; en los discursos fáciles del señalamiento sin reflexionar sobre los errores propios. En la búsqueda de personajes pendencieros y fugaces que no pintan mejor que lo que hay.
Es tanto el encono actual, que las miradas se vuelcan en soluciones fáciles y figuras simplonas que se dedican a hacer ruido, pero no a proponer y construir.
Desde, por lo menos, el año 2000 hemos estado así. Buscando liderazgos altisonantes y “disruptores”, que se comuniquen de manera agresiva y confrontacional, o que sean fotogénicos y sonrientes, aunque no tengan fondo ni sustancia.
Vicente Fox es el primer gran ejemplo de esta tendencia. Y los resultados para el país fueron más que catastróficos. Calderón repitió el formato disruptor, y ya vimos lo que pasó. Peña vino a cautivar con sonrisas falsas, y a todos embaucó. López Obrador hizo una mezcla de todo, y aquí estamos.
Hace un par de semanas, un personaje que parecía perfilarse con probabilidades de éxito a la Ciudad de México, irrumpió en la escena nacional como posible presidencial, gracias al diferendo público que tuvo con el presidente, y que deslumbró a muchos opinólogos.
Desde entonces, análisis han ido y venido sobre la idoneidad de Xóchitl Gálvez para ganarle en 2024 al presidente. Argumentan su lenguaje coloquial, su desparpajo, su gusto por la confrontación, y a veces hasta su origen humilde como sus principales atributos.
Y entonces vienen las preguntas obligadas, ¿realmente queremos repetir ese formato simplista para competir con el maestro de esos formatos? ¿De verdad queremos perpetuar a México en este tipo de perfiles de combate pero sin sustancia?
Hoy no se habla sobre lo que el país necesita, se habla sobre lo que se tiene fobia, o sobre lo que no se acepta, o aquello que no se quiere, sea por fobia o sea por argumentos válidos. No se habla sobre cómo mejorar, solo se habla sobre cómo cortar con lo que hay, sin importar lo que venga.