Pero nada se compara a lo que ocurrió la semana pasada. Nada.
La historia se puede resumir en cuatro tiempos.
Primer momento: los diputados oficialistas aprobaron de manera apresurada, sin análisis ni discusión, decenas de leyes de alta importancia para la vida económica y política del país.
Segundo tiempo: el Senado se disponía a actuar de la misma manera, pero la oposición tomó la tribuna de la Cámara alta y boicoteó la sesión.
Tercer momento: el presidente López Obrador convocó a los senadores oficialistas a una reunión en Palacio Nacional, en la que les instruyó pasar las leyes a cualquier costo y de cualquier modo posible.
Cuarto tiempo: los senadores del oficialismo celebraron una sesión irregular en el patio de la antigua sede del Senado, en Xicoténcatl, sin presencia de la oposición, para aprobar todos los asuntos que tenían pendientes. La sesión careció por completo de análisis y estuvo marcada por una actitud burlona y arrogante hacia la oposición, y por un desdén por la legalidad, el decoro y la deliberación que debe indignarnos y causarnos preocupación.
La sesión fue una burla. Las leyes se aprobaron en votaciones a mano alzada, sin debate de por medio. Los senadores oficialistas aprovecharon para cantarle las mañanitas a Citlali Hernández en plena sesión parlamentaria. Luego, utilizaron cascos de minero al aprobar una Ley Minera, que en realidad dista mucho de cumplir con las exigencias de las asociaciones ambientales y los colectivos defensores de derechos humanos y condiciones laborales.
Por momentos, los legisladores se detenían para emitir loas al presidente López Obrador, que rayaban en el culto a la personalidad. Y los parlamentarios oficialistas celebraron la desaparición del Insabi como un logro histórico, cuando en realidad disolvieron una institución creada por ellos mismos, la cual fracasó rotundamente.
Más allá del ridículo, vale la pena analizar con detalle la manera de proceder del presidente y los senadores, pues es ampliamente ilustrativa del afán de trascendencia histórica de López Obrador y sus seguidores.
Como suele hacerlo, la coalición gobernante actuó como si verdaderamente estuviera conduciendo una transformación histórica del país, como si estuviese llevando a cabo una auténtica revolución pacífica.
El sentido de urgencia, la justificación de llevar a cabo una medida extraordinaria (sesionar en una sede alterna del Senado) como si fuera necesaria y la negativa a negociar con cualquier fuerza política de oposición son signos de intransigencia de aquellos que están convencido de que la historia y la moral están de su lado.
No obstante, son convicciones equivocadas. Carecen de todo fundamento. No se sostienen en la realidad: no veo cómo argumentar, con cierto sustento, que Morena está llevando a cabo una transformación histórica del país, o siquiera un cambio político radical; tampoco encuentro cómo alguien pudiera justificar de forma convincente que las leyes aprobadas eran urgentes para el bien de la nación, tan urgentes que era necesario ignorar por completo el proceso legislativo.