Mandatarios y políticos de todo el continente, alimentados por opinadores radicales y financiados por algunos empresarios completamente ajenos a la realidad de nuestros países, emprendieron una campaña de crítica, señalamiento y ataque por temor a perder espacios de influencia y poder.
Así, fondearon campañas agresivas y fallidas, como la supuesta serie "los populismos", que resultó un ardid fracasado comunicacional; y personajes tan estridentes como la entonces "paladina" Gloria Álvarez, que ávida de reflectores aceptó gustosa.
Desde México, principalmente durante los gobiernos conservadores de Fox y Calderón, e incluso con Peña que criticó al populismo solo para ser corregido por Obama; hasta Guatemala, Colombia, Chile y muchos otros países, se trató de satanizar a lo que algunos concebían como populismo.
Era tanto el temor de este tipo de políticos, opinadores y empresarios después de la experiencia chavista, que ante la llegada al poder de personajes como Evo, Lula o Bachelet, desde la víscera movieron todo lo posible para desprestigiarlos.
Característico de las desatinadas estrategias que acostumbran estos personajes conservadores, no entendieron que lo único que lograban era fortalecer en la población abierta un resentimiento animado por la crítica intestina a líderes sociales que se sentían mucho más cercanos a la ciudadanía.
Al mismo tiempo iban profundizando un ambiente de polarización social que, lejos de beneficiarlos a ellos, consolidaba la presencia de estos actores populistas como salvadores y mesías.
Es clave entender esto, la polarización que hoy vivimos en la región no empezó con populistas como López Obrador. Ellos solo la explotaron hábilmente, pero fue posible por esta guerra conservadora de clases.
Creyendo que iban ganando la batalla, nunca se dieron cuenta, por no querer entender a la sociedad y sus condiciones de vida tan lejanas a los privilegios que ellos peleaban mantener, que la ola que tanto temían iba creciendo firmemente, en buena medida gracias a ellos.
Y menos se dieron cuenta, cegados por su ignorancia política y sus prejuicios contra cualquier cosa que pueda llamarse izquierda, que la oleada populista los rebasó por la derecha, permeando en sectores radicales conservadores, en ocasiones mucho más peligrosos que los que ellos temían.
Los últimos 8 a 10 años han sido la culminación de ese gran error, con gobiernos populistas de "izquierda" en los principales países del continente: México, Colombia, Chile, Argentina y Brasil. Y populismos fallidos pero demoledores de derecha como Bolsonaro.