Con Canadá siempre ha habido mutua desconfianza en varios momentos, y notorios altibajos. Con cierta razón, ya que la integración de América del Norte como región le restó a Canadá beneficios que por décadas había forjado con Estados Unidos, y que consideraba exclusivos.
Hoy, a 31 años de exitosa integración comercial, atravesamos el momento más complicado en la relación trilateral. Un punto de tensión, y de inflexión, que no se hubiera pensado hace unos años, pero que de alguna manera empezó desde la negociación del T-MEC.
El TLCAN fue un gran éxito a nivel mundial. Convirtió a la región en un centro neurálgico del comercio mundial, se erigió en base fundamental para la economía de los tres países, y se volvió el pilar de la competitividad trilateral. Catapultó industrias de gran relevancia, como la automotriz.
La negociación del T-MEC, en un ambiente de tensión, si bien fue positiva en tanto que mantuvo el acuerdo comercial, fue el inicio de un declive en la relación trilateral.
El T-MEC se convirtió en el tratado más restrictivo del mundo para la industria automotriz, el sector más importante del comercio trilateral, restándole competitividad frente al creciente gigante chino.
Impuso obligaciones inauditas a las empresas mexicanas por el mecanismo laboral de respuesta rápida, estableciendo sanciones injustas al sector empresarial por faltas y malas conductas de los sindicatos. Además de ser una herramienta de abuso político de Estados Unidos.
Aún con estos retrocesos, a 5 años de su arranque, el T-MEC se ha mantenido como la amalgama de la región norteamericana. Hasta que llegó la guerra arancelaria de la segunda administración Trump.
Si las Embajadas en Estados Unidos y Canadá ya se habían vuelto posiciones más sensibles de lo acostumbrado, en la coyuntura actual se convirtieron en cargos torales para el gobierno mexicano.
Estados Unidos y Canadá deben verse desde la óptica de la relación comercial más importante y, en el caso de Estados Unidos, la relación bilateral más compleja que tenemos.
Lamentablemente, el sexenio pasado fue totalmente omiso en materia de política exterior. Aunque AMLO parecía entender la relevancia del T-MEC, no entendió la relevancia de tener Embajadores de alto nivel, cargándole todo el trabajo a la SRE, que fue muy capaz pero estaba rebasada.
Históricamente, salvo con Calderón y parte de Peña, los Embajadores mexicanos en Washington eran de alto nivel, con importante trayectoria política y de servicio público. Era una posición estratégica.
Con la 4T, ante el poco entendimiento del entorno internacional, y de lo estratégico de Estados Unidos y Canadá, estas Embajadas se vieron como dos más en la lista de cuotas locales a repartir.
Se debe entender que, en ambos casos, se necesitan perfiles que entiendan a la perfección cada país, su política y sociedad. Con gran habilidad de relacionarse de manera focalizada y estratégica, y con redes preexistentes de buen nivel, o al menos los contactos necesarios para lograrlas.