De ahí que su llamado sea a la unidad y también a la continuidad. Es la candidata de Morena que garantiza seguir con el legado de López Obrador: “va a haber unidad, todos estamos de acuerdo en el proyecto. El proyecto del presidente lo vamos a continuar, se garantizan todos los programas, y vamos a dar un paso más”.
En el caso de Marcelo Ebrard, secretario de Relaciones Exteriores en el actual gobierno, su comportamiento es el del candidato que va en segundo lugar y que todavía no siente que ha perdido. Su preocupación está en la ventaja que le llevan en la conformación de estructuras territoriales y en el método de selección: “Morena ya debe poner reglas básicas a los aspirantes a la candidatura presidencial, entre ellas la renuncia al cargo que ostenten […] Una encuesta confiable, quiere decir que cada quien ponga una empresa a quien tenga confianza”.
Pero además, Ebrard ha emprendido un esfuerzo por distanciarse del discurso del presidente para distinguirse como opción. Frente al “primero los pobres”, una “clase media mayoritaria”: “estamos a tiempo de cambiar para siempre, para que seamos un país de clase media mayoritaria”. Es decir, su propuesta es un país de muchos más “aspiracionistas sin escrúpulos morales”, como ha calificado López Obrador a quienes integran la clase media.
En el fondo, Sheinbaum y Ebrard son liderazgos complementarios: ella es una mujer en un país mayoritariamente gobernado por hombres, con un creciente trabajo territorial, la única de los cuatro aspirantes presidenciales morenistas que no ha estado en el PRI y cuenta con un amplio respaldo del líder fundador de Morena; en cambio, Sheinbaum no tiene el reconocimiento internacional con el que cuenta Ebrard ni tampoco es capaz de atraer apoyos de sectores olvidados por el actual gobierno federal, como son justo la clase media y empresarios.
Un escenario que se ha planteado es que Ebrard se pase a la oposición para sacar rendimiento al capital con que cuenta. El problema es que los antagonistas a la llamada 4T se esfuerzan una y otra vez por mostrar su debilidad. Una cosa es hacer un llamado a competir unidos en 2024 y otra muy diferente es estar unidos y ser atractivos para una parte del electorado que garantice posibilidades de ganar y que estuviera convencida de votar por cualquiera de los aspirantes que han hecho público su deseo.
El único pegamento que pudiera garantizar la unión de una amalgama opositora –amontonamiento-- es un candidato/a carismático, que destaque sobre los demás, capaz de imponer su liderazgo al movimiento, y eso claramente no se tiene en los 13 personajes que desfilaron recientemente. Lo que es más, ese liderazgo ha estado tras bambalinas, en el esfuerzo que ha hecho el empresario Claudio X. González para unir por lo menos a PAN, PRI y PRD para quitar a Morena del poder. ¿Pudiera ser Ebrard el aspirante 14?
Aunque se hace un llamado a incluir a la ciudadanía, hasta ahora la gran mayoría de los pretendientes opositores a la Presidencia son políticos tradicionales: por el PRI, las senadoras Beatriz Paredes y Claudia Ruiz Massieu; el diputado federal Ildefonso Guajardo; el exsecretario general de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) José Ángel Gurria, y Enrique de la Madrid, exsecretario de Turismo durante el sexenio de Enrique Peña Nieto.