Hay un dejo de nostalgia de aquel negado anhelo de construir su propio partido en compañía de su esposa, Margarita Zavala. Ambos hicieron un gran esfuerzo para registrar la asociación Libertad y Responsabilidad Democrática, ofertada como México Libre, como partido político nacional. El intento fracasó rotundamente cuando entre septiembre y octubre de 2020, primero el Instituto Nacional Electoral (INE) y luego el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) le negaron el reconocimiento.
El llamado a reconstruir la oposición para competir en las elecciones presidenciales de 2024 no es nada nuevo ni de vanguardia. La preocupación para los disconformes con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador no es el qué hacer, sino el cómo, y es ahí en donde queda a deber la propuesta calderonista.
“Urge una incorporación ordenada a los partidos. Que éstos se abran y que la ciudadanía participe”, sugiere Calderón. El problema es que la ciudadanía hace mucho que abandonó masivamente a los partidos, no son más el otrora vehículo privilegiado para participar, sino que se ha optado por otras vías.
Si en 2014 había nueve millones y medio de afiliados a algún partido en México, esto es, alrededor del 12% de la población del país, el número actual se situaría en los cinco millones y medio, ni siquiera el 6% de los mexicanos.
Lo que es más, Morena no reúne ni a medio millón de militantes registrados oficialmente, y el partido opositor más importante, Acción Nacional (PAN), con muchos apuros sobrepasa el 0.26% del padrón electoral que exige la ley para mantener el registro: sus afiliados son alrededor de 250,000, la base mínima es de 234,000.
¿Qué tanto le puede aportar el expresidente a la alianza Va por México? ¿Qué tanto Calderón representa un liderazgo reconocido, un activo que permita fortalecer la endeble oposición mexicana? Los dirigentes nacionales de PAN, PRI y PRD callaron. Silencio expresivo.