Se veía venir.
Era cuestión de tiempo, nada más.
Lo dijimos aquí, en su momento.
Se veía venir.
Era cuestión de tiempo, nada más.
Lo dijimos aquí, en su momento.
La crisis migratoria venezolana, junto con la incesante llegada de inmigrantes centroamericanos, tarde o temprano terminaría en una tragedia.
Y no por el fenómeno migratorio en sí. La tragedia era previsible por la reacción a ese fenómeno que han tenido los gobiernos de México y Estados Unidos.
Porque la negligencia y el abuso tienen límites. Porque la falta de recursos para la correcta atención de miles y miles de potenciales refugiados tarde o temprano derivaría en una crisis mayúscula. Y este tipo de olla a presión iba a terminar en dolor.
Se veía venir.
Es la crónica de una tragedia anunciada.
El gobierno ha prometido que no habrá impunidad. Ojalá así sea. Pero esa promesa debe extenderse hasta el gobierno mismo. Porque lo que pasó en Ciudad Juárez no es culpa nada más de quien encerró a los migrantes. Es responsabilidad también de quien optó por establecer una política migratoria punitiva, obsesionada con la disuasión y el temor. Sin esa rendición de cuentas no existe rendición de cuentas, al menos no esta vez.
Porque las imágenes de ese video ya están en la historia de la ignominia mexicana. El país que ha sufrido tantos abusos migratorios no puede ser el escenario de crueldad semejante.
Es un asunto de higiene moral.
Es un asunto, si se quiere, del alma de nuestro país. Y no es una exageración.
Vaya tragedia…
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Nota del editor:
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