Durante los últimos meses me he topado –en conversaciones privadas, redes sociales, en medios y podcasts–, con dos ideas que parecen traer muy en la punta de la lengua varias personas que comparten cierta persuasión opositora. La primera idea es que quienes votaron por López Obrador lo hicieron, básicamente, por ignorantes o faltos de educación. La segunda idea es que quienes acuden a las manifestaciones convocadas por el presidente, quienes aprueban su gestión o quienes se inclinan a votar por Morena en las próximas elecciones, lo hacen porque reciben algún beneficio, porque son acarreados o están sobornados por la política social. Ambas ideas terminan representando a los electores o simpatizantes del obradorismo, mismos que todas las encuestas aún registran como mayoritarios, como una masa sin criterio, tonta o manipulada.
Ignorantes y acarreados
(La manera en que los obradoristas representan a sus contrincantes es también harto problemática, pero me ocuparé de ella en otra entrega).
A pesar de lo denigrantes y ofensivas que resultan, lo que inquieta no es la existencia de semejantes imágenes. Los estereotipos antipopulares siempre han sido parte, odiosa pero constitutiva, de la historia política de todas las sociedades –lo mismo entre las derechas (para Joseph de Maistre los pueblos eran como infantes “incapaces de gobernarse a sí mismos”, por lo que debían ser “disciplinados por sus superiores”) que entre las izquierdas (Karl Marx escribió que los campesinos no eran más que “idiotas rurales” o “sacos de patatas” que representaban “la barbarie dentro de la civilización”)–. Lo que de verdad sorprende, más bien, es que quienes apelan a ese tipo de prejuicios lo hagan al mismo tiempo que alegan estar defendiendo la democracia. En esa incongruencia, me parece, anida uno de los principales defectos y de las mayores flaquezas de algunas corrientes de opinión afines a las oposiciones.
Porque la democracia no es solo el procedimiento electoral, es también el principio de igualdad política que le da sentido a ese procedimiento. Dicho principio significa que todas las personas tienen la misma dignidad y, por lo tanto, el mismo derecho a participar en la elección de sus autoridades más allá de su nivel de ingreso, sus años de escolaridad o sus preferencias políticas. No hay electores mejores o peores, los votos de unos tienen la misma validez que los de otros. En eso consiste, esa es precisamente la virtud del método democrático: su capacidad de darle una expresión concreta, real, efectiva, al valor de la igualdad. Y por eso no se puede defender la democracia defendiendo la integridad de su procedimiento (elecciones libres y limpias) pero no la importancia de su principio (una persona, un voto).
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El problema, además de filosófico, también es político. López Obrador llegó al poder como un fuerte candidato opositor que supo aglutinar el descontento no solo contra el gobierno en turno, sino contra toda la clase política, apelando a los agravios y esperanzas de los sectores sociales más desfavorecidos. Los resultados de su gestión son muy cuestionables, y las inclinaciones de su gobierno cada vez más autoritarias, pero el vínculo de identidad que ha forjado con sus bases sigue siendo estrechísimo. En ese contexto, creer que un llamado a defender la institucionalidad democrática basta para hacerle mella es no entender las raíces sociales de su liderazgo ni la naturaleza de la relación afectiva que ha entablado con sus adeptos. Peor aún, llevar a cabo esa defensa descalificando a sus simpatizantes como ignorantes o acarreados es darle la razón sobre el sesgo elitista y conservador que él mismo no se cansa de señalar en sus adversarios.
Para volver a ser competitivas, a las oposiciones les hace falta encontrar una forma de reconciliarse con el electorado que les dio la espalda en 2018. Denigrarlo no es la vía a través de la cual conseguirán ese objetivo, al contrario. No se puede defender la democracia despreciando al demos. Esa apuesta no es un antídoto contra el retroceso democrático que buscan revertir, es un catalizador que paradójicamente puede terminar acelerándolo…
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Nota del editor:
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