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¿A quién le conviene la militarización?

Un gobierno militarizado es un gobierno opaco y que no rinde cuentas, lo cual merma el poder de los gobernados sobre sus gobernantes, considera Jacques Coste.
mié 15 marzo 2023 06:01 AM
día del ejercito bandera de mexico
Tenemos a unas Fuerzas Armadas que realizan cada vez más labores ajenas a la seguridad nacional y la defensa de la soberanía y el territorio, señala Jacques Coste.

En los últimos días han circulado diversas noticias que tienen que ver con las Fuerzas Armadas. Primero, elementos militares asesinaron a varias personas a sangre fría en Tamaulipas y posteriormente intimidaron a sus familiares para que no dieran a conocer el caso.

Luego, un estupendo trabajo periodístico de Animal Político, Aristegui Noticias y Proceso develó las actividades del Centro Militar de Inteligencia, una central de espionaje político irregular y opaco a cargo de los cuerpos castrenses. Entre los sujetos espiados hay activistas, defensores de derechos humanos y periodistas.

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Finalmente, familiares y simpatizantes de militares que han caído presos por la comisión de presuntos delitos o fallas en medio de sus labores de seguridad pública salieron a protestar el fin de semana.

Cometeríamos un error si observamos estos hechos de manera aislada. En conjunto, estas noticias arrojan luz sobre los peligros que la militarización y el militarismo significan para la estabilidad de la República.

Estamos frente a un escenario preocupante. De un lado, tenemos a unas Fuerzas Armadas que realizan cada vez más labores ajenas a la seguridad nacional y la defensa de la soberanía y el territorio. Del otro, observamos a un Estado cada vez más dependiente de los cuerpos castrenses para cumplir con sus obligaciones más elementales.

En un tercer frente, vemos a una sociedad que se siente más segura con la presencia del Ejército en las calles que sin ella. Pese a esa sensación de seguridad, la población está expuesta a la violencia y las violaciones a derechos humanos cometidas al fragor del “combate” al crimen organizado.

Este escenario no es bueno para nadie: no lo es para las Fuerzas Armadas, tampoco para el Estado y menos para la sociedad.

He hablado con algunos elementos retirados y con periodistas cercanos a la fuente militar. Lo que me cuentan es que dentro de distintos sectores de las Fuerzas Armadas existe el temor de que los cuerpos castrenses se están “desnaturalizando”.

Les preocupa que, con el engrosamiento de las funciones gubernamentales que realizan, los militares están desviando el foco de sus principales propósitos: la defensa de la soberanía y el territorio, y el resguardo de la seguridad nacional.

Muchos militares opinan que esto podría poner en riesgo el cumplimiento y la transmisión de su doctrina, abrir espacios para la corrupción, favorecer el desgaste de la excelente reputación social de los cuerpos castrenses e incentivar la politización de las Fuerzas Armadas. De hecho, esto último ya está ocurriendo: lo vimos con el cabildeo de la “reforma militarista” del año pasado y lo acabamos de observar con la marcha de familiares y simpatizantes de militares presos.

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La situación actual tampoco es positiva para el Estado. Ninguna institución, por eficaz y disciplinada que sea, puede cumplir a cabalidad con todas las tareas encomendadas a los militares, lo cual es riesgoso en sí mismo. Pero aun suponiendo que las Fuerzas Armadas fueran capaces de todo, por cada tarea cedida por las autoridades civiles a los cuerpos castrenses, aumenta la influencia militar sobre las decisiones de gobierno. Y un gobierno militarizado es un riesgo para la democracia, la rendición de cuentas y las libertades civiles.

Por otra parte, ya lo vimos con el caso de la seguridad pública: mientras las autoridades ceden responsabilidades a los militares, las instituciones civiles pierden capacidades para solucionar los problemas públicos asignados a los cuerpos castrenses. En consecuencia, el gobierno civil carece de las capacidades técnicas y operativas e incluso del capital humano para atender sus obligaciones más elementales.

Esto termina por dibujar un círculo vicioso: el Estado cede responsabilidades al Ejército y, al tornarse incapaz de atender las obligaciones cedidas, entonces se prolonga su dependencia hacia las Fuerzas Armadas, quienes a su vez se empoderan ante el gobierno civil, lo que favorece su politización y “desnaturalización”. Al llegar a este punto, el Estado (ya debilitado) se ve obligado a ceder más y más tareas al Ejército, y el ciclo se repite.

Sobran los motivos de por qué este escenario tampoco favorece a la sociedad. Me limito a enlistar algunos puntos. Un gobierno militarizado es un gobierno opaco y que no rinde cuentas, lo cual merma el poder de los gobernados sobre sus gobernantes. La presencia del Ejército en labores de seguridad pública trae consigo violaciones a derechos humanos. Como ya vimos con el Centro Militar de Inteligencia, gracias a su empoderamiento, el Ejército llegó al grado de estar (ilegalmente) facultado para espiar a la sociedad. Y del espionaje a la represión no hay demasiados pasos.

Entonces, ¿a quién sí le conviene este escenario? Por un lado, a la cúpula militar que se empodera y enriquece con cada responsabilidad que le asignan a las Fuerzas Armadas. Por otro lado, a los políticos incapaces que se lavan las manos para atender sus obligaciones y resolver los problemas públicos para los que fueron elegidos.

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Nota del editor: Jacques Coste (Twitter: @jacquescoste94) es historiador y autor del libro ‘Derechos humanos y política en México: La reforma constitucional de 2011 en perspectiva histórica’, que se publicó en enero de 2022, bajo el sello editorial del Instituto Mora y Tirant Lo Blanch. También realiza actividades de consultoría en materia de análisis político. Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

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