Pocos días antes, Nexos publicó un artículo de Rubén Aguilar Valenzuela, intitulado “Tensiones en el Ejército”. El autor asegura que hay un grupo de generales en retiro y altos mandos militares descontentos con el manejo que el presidente López Obrador le ha dado a las fuerzas armadas.
De acuerdo con Aguilar Valenzuela, entre las cúpulas castrenses causa especial malestar que el secretario de la Defensa Nacional, Luis Cresencio Sandoval, pondera la lealtad al presidente por encima de la fidelidad a la Constitución. También molesta que el presidente utilice a las fuerzas armadas para llevar a cabo tareas ajenas a su naturaleza y que esté creando una élite empresarial dentro de la milicia, lo cual tiene potencial de corromper al Ejército.
El tuit de Cosgaya Rodríguez y el artículo de Aguilar Valenzuela son fundamentales, puesto que derriban la —falsa— imagen del Ejército como ente monolítico y homogéneo que persiste entre quienes no somos militares. Al igual que el mito del Ejército incorruptible, la ficción del Ejército eternamente disciplinado y completamente uniforme es una total exageración, producto del desconocimiento de las fuerzas armadas, que a su vez es consecuencia de la cerrazón, la opacidad y la falta de rendición de cuentas de las instituciones castrenses.
Por otra parte, El País publicó el reportaje “Lo que pasa en el Ejército se queda en el Ejército: el infierno de denunciar un abuso sexual en las Fuerzas Armadas de México”. Allí se narra el periplo de una sargento que denunció que sufrió abuso sexual a manos de un compañero del Ejército, pero lejos de recibir apoyo institucional, ha sido marginada, maltratada y revictimizada por otros militares.
Pocas veces habíamos visto una publicación de divulgación que retratara con tanta claridad la misoginia, la impunidad y la opacidad del Ejército. Es igualmente raro leer el testimonio directo de un soldado y palpar tan de cerca el miedo que tienen los elementos castrenses a las represalias en su contra cuando “violan” la disciplina militar.
Considero positivo que se empiece a discutir sobre estos temas y que, poco a poco, los medios, los líderes de opinión y la sociedad en general presten mayor atención a lo que ocurre dentro del Ejército.
Por mucho tiempo, éste fue un interés exclusivo de algunos académicos, periodistas, activistas y organizaciones no gubernamentales. Por mucho tiempo, la sociedad y los medios estuvieron pasmados ante la militarización de diversas funciones del gobierno civil. Por mucho tiempo, han imperado en México los mitos del Ejército incorruptible, siempre confiable y “distinto a los del resto de América Latina”.
Es hora de que empecemos a ver a las fuerzas armadas con matices. Yo he sido un férreo crítico de su uso en labores ajenas a la seguridad nacional y he señalado la estela de violencia y violaciones a derechos humanos que ha dejado su despliegue.
No obstante, también reconozco en el Ejército y la Marina a instituciones vitales para la seguridad nacional de nuestro país y soy consciente de que, en ocasiones, desempeñan las tareas que se les solicitan con mayor presteza y eficacia que muchos de sus pares civiles. Asimismo, sé que muchos soldados realizan su labor por la auténtica convicción de que le están haciendo un bien a México, lo cual no es poca cosa en un país como el nuestro.