La mala experiencia en la Ciudad de México, y los pocos estados en los que llegaron a gobernar, aunado a los casos de abuso y corrupción en sus filas, y la cooptación del partido por un grupo, fueron dejando muy mal sabor de boca, y un rechazo importante de diversos segmentos sociales.
Durante los sexenios de Calderón y Peña, caracterizados por su desdén al sistema democrático y de partidos, las cosas empeoraron. Lo que quedaba de la izquierda fue marginado y, particularmente en el calderonismo, hubo embates conservadores importantes a sus conquistas sociales.
Con el peñismo se dio la espalda incluso a las alas progresistas del PRI, salvo honrosas excepciones como la reforma de marihuana medicinal lograda por la entonces senadora Cristina Díaz. Y ya en la segunda mitad del sexenio, la presión social obligó a desahogar otras batallas en derechos humanos.
Sin embargo, en materia de partidos políticos, fue durante el peñismo que se dio la estocada final al PRD. Y no solo por el gobierno, sino por grupos importantes de su propia militancia liderados por el hoy presidente.
La creación de Morena fue precisamente el sello de muerte del PRD, y de lo que quedaba de la izquierda mexicana. Muchos de sus líderes históricos quedaron subsumidos a este movimiento que de izquierda no tiene ni la mano.
Muchos grupos sociales progresistas ingenuamente creyeron que AMLO abanderaría sus causas, a pesar de que su historia como Jefe de Gobierno de la capital mostraba lo contrario. Pero ante el hartazgo con el sistema que había hasta el momento decidieron apoyarlo.
De manera descarada, el día de su triunfo electoral en 2018, en su discurso celebratorio del Zócalo, López Obrador se autonombró el portador de esas banderas históricas de la izquierda mexicana y el catalizador de esa lucha de décadas.
A cuatro años de su gobierno es claro que fue todo lo contrario, lo cual fue visible desde su primer año. Eso ha llevado a que muchos de estos grupos, como las mujeres y los ambientalistas, se hayan no solo desencantado sino alejado de la 4T.