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Las dos caras del caso García Luna

¿Cómo hacer inteligible, al margen del uso político al que se presta su caso, lo que implica que el otrora “súper policía” termine convertido en otro rostro emblemático de la narcopolítica?
mar 28 febrero 2023 08:28 AM
Garcia
Genaro García Luna fue funcionario del gobierno de México en las administraciones de Vicente Fox y Felipe Calderón.

¿Qué representa la figura de Genaro García Luna en la historia contemporánea mexicana? ¿Qué significaba su meteórico ascenso a principios del siglo XXI y qué significa ahora, 20 años después, su estrepitoso derrumbe? ¿Cómo hacer inteligible, al margen del uso político al que se presta su caso, lo que implica que el otrora “súper policía” termine convertido en otro rostro emblemático de la narcopolítica? ¿Cómo entender, en su justa dimensión, la trama que arranca en su ascenso como analista del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN) y termina en un jurado declarándolo culpable por todos los cargos que se le fincaron en Estados Unidos? ¿Cuál es el saldo que le deja a las policías, al país y a la posteridad?

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Me refiero a García Luna no como persona sino como personaje. Como alguien cuya trayectoria es susceptible de ser interpretada como símbolo de los vaivenes de una época, como el hombre que supo ser la más acabada encarnación de un proyecto tan prometedor como malogrado: nada menos que la profesionalización de la seguridad pública en México.

No deja de tener su ironía que él siempre haya rechazado la caracterización de policía, según le confesó a Tony Payán y Guadalupe Correa ( https://bit.ly/3KKOAhO ): “yo no me identifico como policía; soy técnico. Soy gente de inteligencia, yo me entrené en el área de inteligencia […] Me estrené en el CISEN que había fundado Jorge Carrillo Olea durante el gobierno de Salinas. Empiezo ahí en 1994. Jorge Tello fue nuestro jefe cuando entré al CISEN; yo fui a aprender. Nos enfocamos entonces en el tema de los zapatistas”. Ahí se forma, efectivamente, desempeñando labores de análisis estratégico, espionaje y antiterrorismo. Cinco años después el entonces capitán Wilfrido Robledo lo recluta en la flamante Policía Federal Preventiva, de cuya área de inteligencia se hace cargo y desde donde coordina exitosamente la ocupación de Ciudad Universitaria tras la huelga estudiantil de 1999-2000.

La alternancia le hizo justicia. Poco después de asumir la presidencia, Vicente Fox le encomendó desaparecer la Policía Judicial Federal y establecer, en su lugar, la Agencia Federal de Investigación (AFI), la cual García Luna encabezaría entre 2001 y 2006. Al interior de la AFI fundó una Unidad Antisecuestros para la que se adquirió mucha tecnología, que aparentemente dio resultados notables y le ganó buena reputación. Hacia el final de ese periodo ocurre, no obstante, uno de sus peores momentos: la supuesta detención de Florence Cassez e Israel Vallarta, así como el vergonzoso reconocimiento, en televisión nacional, de que se había tratado de un montaje.

A pesar del escándalo, a finales de 2006 Felipe Calderón lo nombra secretario de Seguridad Pública. Con menos de 40 años, García Luna se integra al gabinete, donde el nuevo modelo de seguridad y la creación de la poderosa Policía Federal lo enfrentan con el procurador General de la República (Eduardo Medina Mora), así como con el director del CISEN (Guillermo Valdés) y el secretario de la Defensa (Guillermo Galván). García Luna se impone y va volviéndose rápidamente uno de los hombres fuertes del calderonismo, posición desde la que sigue acumulando claroscuros.

Por un lado, da un impulso sin precedentes al crecimiento, capacitación y profesionalización policiales, crea una muy ambiciosa y avanzada red de inteligencia y coordinación llamada “Plataforma México” y expande a más del doble la capacidad penitenciaria; pero, por el otro lado, fracasa en su intento de establecer una gran policía nacional, no logra aplicar el mando único y enfrenta nuevos escándalos (como el efecto contraproducente, en términos de violencia, de los operativos conjuntos; como el ataque de elementos de la Policía Federal contra funcionarios de la embajada estadounidense y un marino en Tres Marías; o como una balacera en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México donde se enfrentan agentes de la Secretaría de Seguridad Pública con policías federales involucrados en narcotráfico).

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Finalmente, al concluir el sexenio, se aparte de la vida pública y se muda a Miami, donde obtiene una visa de residencia permanente. Entre 2012 y 2018 estudia un posgrado, funda una empresa de consultoría especializada en asuntos de seguridad, publica estudios e imparte conferencias en foros internacionales, académicos y corporativos. En 2019 es arrestado en Dallas y, cuatro años después, pierde su juicio. No se sabe todavía a cuánto ascenderá su condena.

Esta apretada semblanza ofrece dos lecturas posibles. En un sentido, puede ser interpretada como el relato de siempre: complicidad, corrupción, arbitrariedad y negligencia. Esa es la historia en la que parece que “gana” López Obrador y “pierde” Felipe Calderón. Pero, en otro sentido, también puede ser vista como la historia de una traición y una tragedia que cancelan la posibilidad de una solución policial a una crisis de seguridad que lleva ya casi dos décadas. En esa no gana ni pierde un político o un partido: pierden las autoridades civiles y ganan los militares. El contraste entre el destino de Cienfuegos (libre e impune en México) y el de García Luna (culpable y encarcelado en Estados Unidos) lo dice todo.

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Nota del editor:

Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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