Y lo que ocurrió es una tragedia para todos.
A nadie, ni siquiera a los enemigos de García Luna, conviene confirmar que el hombre que ocupó el centro del escenario en la estrategia contra el crimen organizado durante al menos un sexenio ha resultado ser un traidor a la patria. Y esa es realmente la frase que merece García Luna. No se trata, además, de una ocurrencia. Así fue como la autoridad estadounidense describió a García Luna a la hora de anunciar los cargos en su contra: un traidor a la patria. Un traidor a los deberes elementales que le fueron encomendados: la protección del Estado mexicano y los ciudadanos de este país.
Que García Luna haya optado, de acuerdo con la conclusión a la que llegó la justicia estadounidense, por darle la espalda a esa encomienda sagrada, es una tragedia. Y lo es porque revela, o confirma de manera ineludible, lo que nos mira a los ojos desde hace mucho tiempo: el crimen organizado ha infiltrado nuestra sociedad.
Lo de García Luna es un escándalo mayúsculo por el puesto que ocupó: lo sabía todo y había cosas que solamente sabía él. Fue el hombre clave de Estados Unidos en México y el hombre clave de México para Estados Unidos. Ese hombre fue también el hombre clave del cártel de Sinaloa. Su caída es un escándalo, pero los tentáculos del narcotráfico, esos que llegaron hasta García Luna, llegan todos los días hasta las oficinas de los alcaldes en los municipios de México o las policías, o los candidatos…