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#ColumnaInvitada | El DJ de Palacio Nacional

La música es un arma blanca que mata o doblega de amor, alegría, pasión, locura o puro sentimiento. De ahí su conexión histórica con la política.
vie 02 septiembre 2022 06:00 AM
AMLO, Chico Che y la investidura presidencial
El actual espectáculo de las mañaneras, en el que la música tiene un papel protagónico, es solo el caso más reciente de una historia que se antoja eterna: la confluencia de la música y la política, apunta Sergio Torres Ávila.

No fue en una noche de tormenta ni ante la aparición de los fantasmas de Santa Anna o Porfirio Díaz. Sin embargo, como en película de miedo, en los altísimos techos de Palacio Nacional resonó aquella mañana una tenebrosa frase de ritmo pegajoso: “¡Uy, qué miedo!, mira cómo estoy temblando.”

En efecto, era el estribillo de uno de los hits más populares del cantante Chico Che con su banda La Crisis, famoso en tiempos pre-neoliberales y paisano del presidente anti-neoliberal de México.

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En esta película, pasamos en un instante de la extrañeza a la sátira. El guion es así: cuestionado muy temprano en su conferencia de prensa mañanera, López Obrador se burló con dicho tema musical de los opositores a su gobierno, quienes han levantado voces de preocupación ante la queja estadounidense-canadiense en el espinoso tema energético.

Poco antes, se le había señalado al mandatario que, nerviosos, algunos analistas y periodistas habían señalado el riesgo de que con esta disputa se llegara a fracturar el más importante tratado comercial de México, el T-MEC, con consecuencias irreversibles para el país. Sin preocuparse, dueño del escenario, su escenario, el mandatario dijo que “no va a pasar nada".

Criticó a sus adversarios como miedosos y señaló a los anteriores gobiernos como autoridades “acomplejadas”, que nunca comprendieron que representaban a un gran país, “a un gran pueblo”. Dicho lo anterior, pidió que le pusieran play a la mencionada canción en cadena nacional y sonrió satisfecho. Brutal statement político.

Más allá de la escena chusca, importa resaltar un pequeño gran elemento del guion improvisado esa mañanera: el poder de la música como arma política.

La música es un arma blanca que mata o doblega de amor, alegría, pasión, locura o puro sentimiento. De ahí su conexión histórica con la política que, desde siempre y hoy más que antes, pareciera ser manejada con el corazón o las tripas, no con la cabeza.

Por su cualidad de arte, la música traspasa cualquier barrera racional. Por su poder de conexión, por su capacidad para motivar, para llamar a la acción y también para criticar y protestar un régimen que se considera injusto, la música ha sido usada y aprovechada históricamente por activistas, políticos, movimientos sociales, asesores y publicistas para hacer propaganda de una ambición o una causa.

Además de su parte netamente musical, su poder se afianza en el mensaje. Si la musicalidad atrapa, las palabras convencen. Una frase bien dicha en el momento adecuado logra lo que toda comunicación política persigue: convencer, persuadir. Por eso también la música es un elemento fundamental del discurso político.

Por otra parte, está la parte más publicitaria del uso de la música como ambientación de campaña. Sin ir tan lejos, veamos cómo aquí al lado, en casa de nuestros energéticamente enojados vecinos del norte, ya desde 1860 se aprovechó el poder persuasivo de la música con la canción de campaña Lincoln and Liberty del candidato republicano.

Cien años después, resonó en los altoparlantes de los mítines el tema High Hopes apoyando a “Jack Kennedy”, el mismísimo senador J.F.K. para presidente. Qué decir de Obama en su campaña de 2008, cuando reclutó para el tema Yes We Can a will.i.am, John Legend y Scarlett Johansson, entre muchos otros.

O más recientemente, el uso político que le dio Trump a diferentes canciones para sus rallies de campaña en 2016 y 2020, por las que ha sido demandando por separado por la leyenda del rock, Neil Young, y por el músico británico-guyanés Eddy Grant. En este último pleito legal, el ex-presidente se podría ver obligado incluso a testificar bajo juramento. Le salió caro el jingle.

Bajando el continente, y en un terreno más político y menos publicitario, tenemos el ejemplo del apoyo de músicos como Andrés Calamaro, Fito Páez o Gustavo Santaolalla al régimen de los Kirchner, marido y mujer. O el apoyo de Gustavo Dudamel al régimen chavista de antes y de ahora. O el caso de la nueva trova cubana, fenómeno musical que se volvió nada menos que la banda sonora de apoyo a un régimen político. Y es justamente este último género musical el que nos lleva de regreso a Palacio Nacional.

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Cinco días después del ‘ChicoChetazo’, cuando aún en los medios se amarraban navajas con Estados Unidos, el presidente cedió su tribuna mañanera por 15 valiosos minutos a Amaury Pérez, cantante cubano de la nueva trova, para interpretar No lo van a impedir, canción que defiende metafóricamente a la revolución cubana diciendo: “No lo van a impedir del valle al cielo / Ni reyes del honor, ni periodistas / Ni antiguos comediantes, ni embusteros / Ni estudiantes de leyes, ni alquimistas.” ¿Alguna idea de a quién dedicó el presidente tal tema musical?

Como hemos visto, más allá de coyunturas, el fenómeno del maridaje músico-político es universal y de larga data. El actual espectáculo de las mañaneras, en el que la música tiene un papel protagónico, es solo el caso más reciente de una historia que se antoja eterna: la confluencia de la música y la política. Sin duda, seguiremos presenciando el uso político de la música porque mientras haya política, habrá necesidad de expresión.

Se le atribuye a Fela Kuti, el gran músico africano y activista político la frase: “la música es el arma del cambio”, en referencia a su poder de generar conciencia social y política. Podemos agregar una palabra a la frase para decir que la música es un arma de cambio político.

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Nota del editor: Sergio Torres Ávila, Estratega Pollítico/ Experto en Comunicación Política. Es Licenciado en Derecho por la Universidad Iberoamericana y tiene una especialidad en Gerencia Electoral por la George Washington University. Síguelo en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.

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