Como otras veces, esta nueva ausencia es una equivocación.
Lo es porque tensa innecesariamente la relación con Estados Unidos. Se le podrá dar la vuelta que se quiera, pero la relación bilateral es tan compleja e importante que quemar la pólvora en infiernitos es un acto de irresponsabilidad.
Es también ingenuo pensar que el desaire (o, mejor dicho, el estímulo de un boicot) pasará desapercibido en el gobierno de Estados Unidos, que va más allá de la Casa Blanca. En Washington, el Congreso importa. Y a estas alturas ya debería estar claro que el desplante del presidente mexicano ha caído muy mal entre protagonistas legislativos de ambos partidos. ¿Qué necesidad?
Pero es también un error porque esa no es la manera de defender las convicciones, incluso cuando son dogmáticas. Si lo que el presidente López Obrador quería era promover un nuevo entendimiento continental, que incluya a gobiernos autoritarios que niegan libertades básicas a sus ciudadanos, el camino más valiente no era el capricho y la ausencia.
El presidente podría haber ido a Los Ángeles a explicar, frente a Biden y el mundo, por qué le resulta tan importante sumar a las tres dictaduras del continente. Aunque con matices, habría encontrado voces que lo respaldaran, como el presidente peruano o el argentino, quizá hasta el chileno.