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Elecciones 2022: los saldos y el horizonte

¿Ganó Morena y perdió el PRI? No. Ganó un PRI que ahora se llama Morena y perdió el PRI que aún opera bajo el nombre del PRI.
mar 07 junio 2022 11:59 PM
¿Quién ganó las elecciones México 2022? Esto dice el PREP
El INE, como de costumbre, hizo un trabajo impecable. De todos modos, el lopezobradorismo continuará la campaña en su contra, apunta Carlos Bravo Regidor.

Ganó la coalición lopezobradorista. No tiene sentido disputarlo. El cambio en la correlación de fuerzas le resultó muy favorable. De los seis estados en los que hubo elecciones, el PAN gobernaba en tres (Aguascalientes, Durango y Tamaulipas), el PRI en dos (Hidalgo y Oaxaca) y el PRD en uno (Quintana Roo). Ahora, la coalición lopezobradorista gobernará en cuatro (Tamaulipas, Hidalgo, Oaxaca y Quintana Roo) y la coalición opositora en dos (Aguascalientes y Durango).

En cuanto al mapa más amplio de todas las gubernaturas, el saldo de 2022 confirma la tendencia que comenzó en 2018 relativa al desplome territorial de los partidos “tradicionales” (PRI/PAN/PRD) y a la emergencia de “nuevos” partidos (fundamentalmente Morena, PVEM y PES). Antes de la elección presidencial de 2018, los partidos tradicionales gobernaban 30 de las 32 entidades federativas; tras los resultados del domingo pasado, gobernarán en apenas ocho mientras que Morena y sus aliados lo harán en 22.

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Mención aparte merece Movimiento Ciudadano que, a pesar de la furia de ciertos sectores que lo fustigaron durante la campaña por supuestamente servir al oficialismo dividiendo el voto opositor, la verdad tuvo un desempeño irrelevante. En ningún estado tuvo candidaturas competitivas ni obtuvo porcentajes que lo convirtieran en “fiel de la balanza”.

En Hidalgo, Oaxaca y Tamaulipas apenas rebasó el 3% de la votación. En Durango y Aguascalientes obtuvo 4 y 7%. Y en Quintana Roo, donde logró su mejor rendimiento, 13%, lo hizo después de amagar con la postulación del impresentable Roberto Palazuelos, para luego presentar a un senador, José Luis Pech, recién salido de Morena. Si era prometedor, terminó siendo decepcionante.

Perdió la participación ciudadana, cuyas tasas de abstencionismo crecen, comparadas con las elecciones previas de gobernador (2016), en todos los estados. En Oaxaca, del 41 al 62%. En Quintana Roo, del 46 al 60%. En Hidalgo, del 40 al 52%. En Durango, del 43 al 50%. En Aguascalientes, del 48 al 54%. Y en Tamaulipas, del 44 al 47%. ¿Por qué?

Un dato interesante es que ese aumento en el abstencionismo tiende a ser más pronunciado conforme la diferencia entre el primero y el segundo lugar es más amplia. En los tres estados con mayores tasas de abstencionismo (Oaxaca, Quintana Roo e Hidalgo) la diferencia entre el primero y el segundo lugar promedia 35 puntos porcentuales. En los tres estados con menores tasas de abstencionismo (Durango, Aguascalientes y Tamaulipas) dicha diferencia promedia 14 puntos. En pocas palabras, hay una evidente correlación entre participación y competencia.

Morena gana 4 de 6 estados y gobernará a más de la mitad de los mexicanos

¿Ganó Morena y perdió el PRI? No. Ganó un PRI que ahora se llama Morena y perdió el PRI que aún opera bajo el nombre del PRI. Porque el nuevo predominio territorial de Morena es inexplicable sin el trasvase de liderazgos, estructuras y electores del PRI que, como la materia, no se crea ni se destruye, solamente se transforma. O, mejor dicho, hace metástasis. En otras palabras, pierde el partido tricolor pero ganan los priistas que ya encontraron un camino para redimirse políticamente y gana también el partido guinda que, al ofrecérselos, se hace más fuerte.

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Pero hay que ser cuidadosos en no exagerar la analogía. Morena no es el PRI, ni viejo ni nuevo, aunque esté llena de personal y mañas priistas. Es una organización mucho menos institucionalizada y más dependiente de un liderazgo personal cuyo tiempo se está agotando que de un proyecto histórico con posibilidades de trascenderlo. No es un partido político, es una llamarada de agravios y oportunismo: la accidentada desembocadura de un proceso de deterioro al que no ha tenido capacidad de hacer frente y que, tarde o temprano, le cobrará factura. No lo digo con ingenuo optimismo; todo, siempre, puede empeorar.

El INE, como de costumbre, hizo un trabajo impecable. De todos modos, el lopezobradorismo continuará la campaña en su contra. ¿Qué significa que una fuerza política tan aparentemente predominante y que no se cansa de acumular victorias insista en seguir desacreditando no solo al árbitro electoral sino a la institucionalidad democrática? He ahí, tal vez, la clave por la que apuesta el lopezobradorismo para sobrevivir después de López Obrador.

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Nota del editor:

Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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