Varios líderes latinoamericanos de izquierdas, encabezados por el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, pero entre quienes también se cuentan el de Bolivia (Luis Arce), Chile (Gabriel Boric) o la de Honduras (Xiomara Castro), han expresado su rechazo a que la Cumbre se celebre sin la presencia de todos los mandatarios de la región. ¿Por qué? En entrevista con The New York Times, Brian Winter, editor de la prestigiada revista sobre asuntos hemisféricos Americas Quarterly, argumentaba hace unos días que “los gobiernos latinoamericanos quieren demostrarle a Washington que ya no está sentado en la cabecera de la mesa y que esta es una cumbre de iguales, no una en la que el Tío Sam decide unilateralmente cuál es la lista de invitados”.
La trama se espesa, además, por las declaraciones del vocero de la cancillería china (Zhao Lijian) en el sentido de que ya es hora de que Estados Unidos abandone la “doctrina Monroe” y deje de tratar a los demás países del continente como si fueran su “patio trasero”. Independientemente de la legitimidad o la resonancia que pueda tener ese discurso tan típico del antiimperialismo latinoamericano, no es imposible que detrás del desafío a la decisión estadounidense esté la influencia de China, una nueva potencia que ha ganado mucha fuerza en la región durante los últimos años. O al menos una cierta sensación de empoderamiento relativo para los países latinoamericanos que, en la competencia estratégica entre ambos países, están encontrando una oportunidad para tener un mayor margen de autonomía.
La administración de Biden ha explicado que no incluir a Cuba, Nicaragua y Venezuela obedece a la naturaleza autoritaria de sus gobiernos, que es contraria a la vocación democrática de la Cumbre. Pero quienes han manifestado su desacuerdo con los estadounidenses, sin embargo, no lo han hecho por los mismos motivos. López Obrador, por ejemplo, ha insistido en los principios de respeto a la soberanía y, sobre todo, autodeterminación de los pueblos. Gabriel Boric, por su parte, ha dicho que a pesar de la gravedad de las violaciones a los Derechos Humanos en esos países, “la exclusión no ha dado resultados”. Así, mientras que el primero apela a principios abstractos para hacerse de la vista gorda ante las acciones represivas de sus contrapartes; el segundo las reconoce y propone hacerse cargo de ellas llamando a sus responsables a dialogar o, incluso, a dar la cara al respecto.