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Alito y Marko

Alito y Marko hoy ejercen más como administradores del colapso territorial de sus respectivos partidos que como líderes de su indispensable renovación.
mar 31 mayo 2022 11:59 PM
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Los dirigentes del PAN y del PRI se han quedado atrapados sin poder contener el avance de Morena.

Una cosa es tener motivos de sobra para estar en desacuerdo con el lopezobradorismo y otra, muy distinta, descartarlo como si fuera un mero error, un paréntesis o una anomalía pasajera en la historia de la democracia mexicana.

Desear profundamente su derrota no significa que dicha derrota vaya a ocurrir. Hace falta, más bien, que las oposiciones tengan con qué derrotarlo.

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Se habla mucho de la alianza opositora y de sus posibles candidaturas. Se habla menos de los partidos que integran dicha alianza, del potencial costo de su desdibujamiento ideológico y, menos aún, de la trayectoria de sus dirigencias y del desempeño que han tenido al frente de sus respectivos institutos políticos.

Me refiero, en concreto, al PRI y al PAN –porque del PRD hace mucho que ya no queda nada que decir–.

Alejandro Moreno Cárdenas se afilió al PRI en 1991, cuando Carlos Salinas de Gortari era presidente. Tenía apenas 16 años. Entonces su partido gobernaba en todas las entidades federativas menos una (Baja California). Moreno fue escalando, desempeñando varios puestos como líder de las juventudes priistas a nivel local, estatal e incluso nacional, hasta que en 2003, a los 28 años, fue electo diputado federal. En ese momento el PRI contaba con 17 gobernadores.

Posteriormente, Moreno fue senador (2006-2011), otra vez diputado (2012-2015) y después logró convertirse en gobernador de su estado natal, Campeche (2015-2019). Cuando tomó posesión, a mediados del sexenio de Enrique Peña Nieto, el PRI tenía 20 gobernadores. Eso fue hace escasos 7 años.

En 2019, Moreno pidió licencia para desempeñar el cargo que ocupa actualmente como presidente de su partido. Para ese momento, el PRI gobernaba ya solo en 11 entidades. Hoy gobierna en apenas cuatro. Y a partir del próximo domingo tal vez le queden solamente dos (Coahuila y Estado de México), las cuales, además, podría perder el año entrante.

Hay que darle el golpe a ese dato: tal vez el PRI llegue a las elecciones de 2024 sin que haya ni un solo gobernador emanado de sus filas. Como el PRD, pues.

Marko Cortés se afilió al PAN en 1996, a los 19 años. Entonces el PAN gobernaba en cuatro estados. Tras ascender en las juventudes panistas de Michoacán, se convirtió en su dirigente en 1999. En 2002, ya durante el sexenio de Vicente Fox, fue coordinador general de la secretaría juvenil del partido y, al año siguiente, diputado federal. Para entonces su partido tenía ya nueve gobernadores.

En 2004 fue designado consejero nacional del PAN; en 2006, fue electo senador. En 2015 volvió a ser diputado y, además, coordinador de la bancada panista. Y en 2018, tras la derrota de Ricardo Anaya, fue electo dirigente nacional. En ese momento el PAN tenía 11 gobernadores.

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Durante la gestión de Cortés el PAN ha perdido cuatro gubernaturas. Y el próximo domingo podría perder, a su vez, otras dos (Durango y Tamaulipas). El año que viene tiene pocas posibilidades de ganar alguna, por lo que el panismo podría llegar a las elecciones de 2024 con tan solo 5 gobernadores.

Alito Moreno y Marko Cortés son, en suma, figuras que hace poco encarnaban un relevo generacional, pero que hoy ejercen más como administradores del colapso territorial de sus respectivos partidos que como los líderes de su indispensable renovación.

Tuvieron lo que se necesitaba para desarrollar carreras políticas exitosas, aunque poco memorables, en el México previo al 2018. Pero ¿qué son, qué representan, qué ofrecen ahora? Sería injusto achacarles toda la responsabilidad por un proceso histórico cuyas múltiples causas los rebasan.

Sería absurdo, sin embargo, no reparar en que con esos dirigentes las oposiciones no están particularmente bien equipadas para enfrentarse a la nueva hegemonía lopezobradorista.

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Nota del editor:

Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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