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#LaEstampa | Lozoya y el oprobio

Si México ha de demostrar de una vez por todas que la corrupción no es idiosincrásica, los corruptos entre nosotros deben sentir el peso de nuestra reprobación.
jue 14 octubre 2021 11:55 PM
Emilio Lozoya en restaurante Hunan.jpeg
El sábado 9 de octubre Emilio Lozoya fue captado en un restaurante.

¿Qué dice de México la imagen de Emilio Lozoya comiendo tranquilamente en un restaurante de lujo en la capital? Dice mucho del uso político de la justicia en el país. Lozoya hace lo que hace porque se sabe no solo protegido sino invulnerable. No lo es ante la justicia, pero sí lo es en la arena política, donde el gobierno le ha concedido un sitio que, quizá, no merece: el de valiente testigo, virtuoso denunciante de nuestros vicios.

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La imagen dice mucho de Lozoya, por supuesto. El caso del exdirector de Pemex sigue siendo digno de estudio, no solo por el cinismo actual sino por la promesa perdida de un hombre que siempre apuntó a grandes cosas. ¿Cómo es que un tipo como Lozoya pierde la brújula moral? Él dice haber sido víctima de las presiones de su círculo político. Cuesta trabajo creerle. Algo más opera en Emilio Lozoya, el que hizo lo que hizo hace algunos años y el que se sienta a comer, sin reparo alguno, en un sitio suntuoso, frente a los comensales y frente a quien sea.

La imagen dice mucho también de nuestra capacidad para tolerar la presencia de quienes nos han fallado. Después de la aparición de la fotografía, algunas voces en redes sociales sugerían boicotear al restaurante. Eso es un error. Lo que no es un error es invitar a la reflexión a quienes comparten la mesa con Lozoya y, en otro sentido, quien permanece en silencio ante su presencia en el restaurante. No se trata, evidentemente, de invitar al linchamiento. ¡En absoluto! Pero sí, quizá, a la sanción social, al oprobio ante una conducta que fue, al menos, inmoral.

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No es normal que Lozoya se sienta tan cómodo. Si México ha de demostrar de una vez por todas que la corrupción no es idiosincrásica, los corruptos entre nosotros deben sentir el peso de nuestra reprobación. Una sociedad que no reprueba los abusos de aquellos que juran gobernarla limpiamente es una sociedad incapaz de exigir la más elemental rendición de cuentas. Sin voluntad de rendición de cuentas es imposible la justicia y sin justicia, no hay incentivo alguno para la honestidad.

La exigencia de la honestidad comienza en la conducta individual. Quizá entonces los que gobiernan entiendan que la justicia que no puede prestarse a juegos o a negociaciones en las sombras con fines enteramente políticos. Si sentarse junto a un corrupto es aceptable, ¿qué aliciente hay para combatir la deshonestidad?

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Nota del editor:

Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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